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Foto del escritorIB La Molina

¿Ya no queda nada para comer?


“Y yendo ella para traérsela, él la volvió a llamar, y le dijo: Te ruego que me traigas también un bocado de pan en tu mano. Y ella respondió: Vive Jehová tu Dios, que no tengo pan cocido; solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una vasija; y ahora recogía dos leños, para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo, para que lo comamos, y nos dejemos morir. 1 Reyes 17:11-12”.


Hoy me enteré que en algunas comunidades del Cuzco no ha llegado el virus, incluso los dirigentes de estos pueblos no permiten que personas que vienen de la capital entren a sus poblados, sin embargo los que están regresando a sus comunidades no viajan por la carretera normal porque allí vigilan los militares, estos caminantes utilizan vías desconocidas para los soldados, lo único que lograrán será contaminar el pueblo que afirman apreciar.





Por otro lado, a raíz de la cuarentena, los camiones conteniendo los víveres básicos no llegan a los pueblos del interior de la Selva. Hace una semana, el virus llegó al centro poblado San Lorenzo, en Datem del Marañón, habitado por indígenas y colonos. El temor ante la llegada del corona virus está presente en todas las comunidades indígenas, ellos guardan diligentemente la cuarentena, aunque no hay abastecimiento de insumos básicos. Los pueblos indígenas están abandonados.


El profeta Elías tenía hambre, había concluido parte de su misión, y entonces Dios lo envió a Sarepta para que descansara y tomara alimento. ¿Por qué Sarepta? No era una ciudad íntegra, de aquí salió la cruel reina Jezabel, pero Elías no titubeó ante la indicación divina. Sin embargo la segunda indicación fue más confusa: “He aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente.” ¿Una viuda? ¡Encima eso! Por todos era conocido que las mujeres que quedaban desamparadas de esposo, eran completamente pobres.


Entonces él se levantó y se fue a Sarepta. Y cuando llegó a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí recogiendo leña; y él la llamó, y le dijo:


Te ruego que me traigas un poco de agua en un vaso, para que beba. Y yendo ella para traérsela, él la volvió a llamar, y le dijo: Te ruego que me traigas también un bocado de pan en tu mano.

Me pongo en el lugar de esta mujer, ella salió de su casa para solucionar su problema de combustible, en su casa no había nada, sólo un hijo con hambre, de pronto se encuentra con un señor, ella seguramente no tenía tiempo para conversar, pero por educación, o porque distinguió una señal que era un varón de Dios, lo escuchó pedirle agua, no contento con eso, le pidió pan. ¡Ella no estaba como para recibir invitados!

Pero Dios tocó el corazón de esta mujer gentil, por eso a pesar que sólo tenía un poco para su hijo, decidió darle al siervo de Dios. Creo que Dios escogió a esta mujer, no por su fe, ni porque tenía virtudes especiales, simplemente la eligió para ser productora de milagros.


Ella no fue elegida simplemente para ser salvada del hambre, fue elegida para alimentar al profeta. Ella se convirtió en una mujer de fe. Primero hizo una torta de pan para el siervo de Dios, se suponía que tenía que terminarse los ingredientes, pero la fe hizo que los ingredientes se multiplicaran, a Dios le bastó la obediencia de la viuda de Sarepta para darle más y más como recompensa.


Porque Jehová había dicho: “La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá” Y la harina de la tinaja no escaseó, ni el aceite de la vasija menguó, conforme a la palabra que Jehová había dicho por Elías.


Hoy hay familias que están pasando necesidad, la falta de trabajo, la enfermedad que azota, la indiferencia de muchos son motivos que roban el pan de las mesas de muchos hermanos.

Mi padre me enseñó un texto que nunca he olvidado:


“Joven fui, y he envejecido, Y no he visto justo desamparado, Ni su descendencia que mendigue pan”.

Para no mendigar pan, comparte lo poco que tienes, imita a la viuda de Sarepta que dio todo lo que tenía y Dios nunca más le dejó su mesa vacía.


Martha Vilchez de Bardales

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