“Huye el impío sin que nadie lo persiga; mas el justo está confiado como un león.” Proverbios 28:1; “Mas el que me oyere, habitará confiadamente y vivirá tranquilo, sin temor del mal”. Proverbios 1:33; “Cuando te acuestes, no tendrás temor, sino que te acostarás, y tu sueño será grato.” Proverbios 3:24; “El temor del hombre pondrá lazo; Mas el que confía en Jehová será exaltado.” Proverbios 29:25
En el transcurso de la vida solemos tener experiencias muy fuertes: falta de amor en la niñez, padres severos, burla de los compañeros en el colegio, enamoramientos no correspondidos en la adolescencia, una traición dolorosa, una relación tóxica, un jefe dominante y abusivo, compañeros del trabajo desleales, un accidente, una pérdida de un ser querido, etc. Algunas de estas experiencias son tan fuertes que nos paralizan emocionalmente y no sabemos qué decir, ni qué hacer y, muchas veces, ni siquiera sabemos qué pensar. Es tan fuerte lo que sentimos en cada ocasión que pareciera que quedamos siempre propensos al miedo, esa sensación de angustia inexplicable que simplemente parece quitarnos toda coherencia y termina por paralizarnos completamente hasta parecer irracional.
El primero de los versos que hoy elegí para meditar hablan acerca de la persona que vive asustada todo el tiempo: “Huye el impío sin que nadie lo persiga”. Esto habla de una confusión y temor que pertenecen propiamente a los que no confían en Dios. Carecen de la fuerza y el coraje del Espíritu Santo.
Una vez mi papá me enseñó esto de la confianza en Dios, era sólo una niña cuando él me demostró que era tonto tener miedo a las sombras que, según yo, aparecían en mi dormitorio durante las noches, o en la escalera del pasadizo que conducía al segundo piso. Me dijo: “Los fantasmas no existen” cuando alguien muere va de frente a la presencia de Dios. Pero añadió: “Sólo tienen miedo aquellos que cometen pecados y temen ser descubiertos, el pecado hace cobardes a las personas”.
Recuerdo perfectamente que cuando viajaba con él en tren y veíamos las cordilleras y abismos no tenía miedo, tampoco cuando el bus de la sierra nos llevaba por pendientes y curvas cerradas, o cuando navegamos en un pequeño bote dentro del mar, mi padre me enseñó a no tener miedo, porque Dios estaba a mi lado.
Con él me enteré que la frase “no temas” se menciona 365 veces en toda la Biblia, ¡igual que los días del año! Los más conocidos:
“No tengas miedo, que yo estoy contigo; no te desanimes, que yo soy tu Dios. Yo soy quien te da fuerzas, y siempre te ayudaré; siempre te sostendré con mi justiciera mano derecha.” Isaías 41:10
“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de cordura.” 2 Timoteo 1:7
“La paz os dejo, mi paz os doy: no como el mundo la da, yo os la doy. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” Juan 14:27
Sin embargo, cuando mi padre partió a los brazos del Salvador, algunos miedos que no existían en mi niñez aparecieron, como el miedo a la enfermedad, el miedo a la pobreza, la baja autoestima, sentirme incapaz de ser una líder y maestra, dudar de mi propia capacidad de ser una buena esposa y madre.
Los miedos que adquirimos en la adultez son peores cuando eres madre, porque sin querer les enseñas a tus hijos a desconfiar y dudar, entonces ellos también empezarán a tener miedo a las sombras.
La Biblia nos enseña a luchar contra los gigantes del miedo, pero ninguna significa luchar en nuestras propias fuerzas, Dios siempre está de nuestro lado peleando nuestras batallas, debes llevar tus inseguridades al Padre, como dice la Palabra:
Mas el que me oyere, habitará confiadamente y vivirá tranquilo, sin temor del mal. Proverbios 1:33;
Cuando te acuestes, no tendrás temor, sino que te acostarás, y tu sueño será grato. Proverbios 3:24;
El temor del hombre pondrá lazo; mas el que confía en Jehová será exaltado. Proverbios 29:25
¡Mas el justo está confiado como un león! Los justos están de pie incluso cuando los gigantes atacan, con la fortaleza de Dios somos valientes como un león.
Siempre hay que recordar que Adán no conocía el miedo hasta que se convirtió en una criatura cargada de culpa, y la culpa fue porque sabía que había pecado. Si confesamos nuestras culpas al Señor él es fiel y justo para perdonarte y limpiarte de toda maldad. Porque si la culpa trae miedo, la eliminación de la culpa trae confianza y valentía que Dios te ha hecho libre.
Con amor:
Martha Vílchez de Bardales