“Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos. Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad.” Hechos 4:32-35.
Ese día, después que Pedro terminó su sermón, los reunidos oraron y entonces el lugar tembló y todos fueron llenos del Espíritu Santo. La oración de aquellos creyentes fue coronada con una unción sobrenatural.
Aquella primera iglesia había creído en el mensaje y entonces se convirtieron en un corazón y un alma; esta unidad fue una maravillosa evidencia de la obra del Espíritu de Dios entre ellos. Debido a su unidad, consideraban a las personas como más importantes que las cosas.
En el Antiguo Testamento los que tenían fe en Jehová se movían en una atmósfera individual, había religión y reglas de conducta que se asumían de forma única y personal, pero con la venida del Espíritu Santo sobre la iglesia las cosas cambiaron completamente. Si antes los fieles se concentraban en ser grandes oradores que clamaban en el templo con extensos párrafos textuales de la Torah, ahora, los creyentes volvieron su fe a un servicio más práctico y comunitario. Dios le regaló a su Iglesia el amor fraternal.
El amor fraternal de la iglesia les dio un maravilloso sentido de responsabilidad el uno por el otro, los despertó a compartir todo lo que tenían, en cuanto a sus bienes personales todavía pertenecían a los dueños, pero no hablaban de ellos como propios. Habían aprendido de la enseñanza de nuestro Señor a pensar en si mismos, no como poseedores, sino como mayordomos:
“El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto.” Lucas 16:10
Y esto fue dicho porque los fariseos eran conocidos por ser egoístas y avaros. “Y oían también todas estas cosas los fariseos, que eran avaros, y se burlaban de él.” Lucas 16:14.
Jesús oró antes de su partida: “Para que todos sean uno, como tú Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” Juan 17:21, y la manifestación de este amor en la iglesia fue la respuesta a su oración. El Espíritu de Dios obró en los corazones y la unidad se hizo palpable entre ellos.
Nuestra actitud como miembros de nuestras respectivas iglesias debe ser una demostración de este amor fraternal, sea que el otro hermano te responda o no, si uno a uno nos preocupamos y actuamos en favor de cada persona, si nos responsabilizamos no sólo de palabra sino con acción, el Espíritu Santo renovará la Iglesia y los dones serán el fruto que recibiremos para que no sólo sean cinco mil los que conozcan de Jesucristo, sino toda la nación.
Con amor
Martha Vílchez de Bardales