“De la misma manera, los esposos deben saber vivir con su esposa y respetarla como es debido. Ella es más débil que ustedes, pero al igual que a ustedes, Dios le ha dado la vida como un regalo. Respétenla para que nada impida que Dios escuche sus oraciones.” 1 Pedro 3:7
La violencia contra la mujer ha estado presente en todas las culturas y en todos los tiempos. Quizá por eso se convirtió en algo normal por gran parte de la sociedad, que un hombre maltrate a su pareja por la más mínima “falta” que ella cometía.
El viejo dicho “la ropa sucia se lava en casa” facilitaba el silencio cómplice e inclusive la tolerancia ante patrones violentos como parte de las desventajas naturales de la vida en pareja. Por eso algunas madres no tenían carga de conciencia al aconsejar a sus hijos casados por ejemplo; “Mientras tu marido no te haga faltar la plata para la olla, aguanta callada, los hombres no quieren mujeres ociosas y quejonas”. O la madre de un novio: “Desde ahora hazle entender a esa chica tuya que tu eres el hombre y que se debe sujetar”
En los últimos tiempos, algunas valientes cristianas reaccionaron ante este abuso y entonces se crearon movimientos en defensa de la mujer. Pero lo que me llama la atención es que no siempre la iglesia evangélica tomó en serio la responsabilidad de enseñar correctamente sobre la dignidad de la mujer. Por eso algunos sacaron versículos de su contexto y lo usaron como pretexto para considerarse “cabeza de su esposa” y por lo tanto tratar sin respeto ni consideración a sus cónyuges.
La Biblia nos enseña claramente las claves para un matrimonio cristiano, como el texto que ahora comparto, es el esposo quien puede poner el cimiento de lo que será un hogar cristiano, si él, sabe darle a la mujer el trato digno, el respeto y honor que toda hija de Dios merece.
Casi todo el mundo ha escuchado el dicho: “Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer”. Esto es cierto, pero también es verdad que “Detrás de toda buena esposa hay un esposo temeroso de Dios”.
El hombre que está pronto a contraer matrimonio debe reconocer a su novia como: “coheredera de la gracia de la vida ”. Siendo el noviazgo la preparación de ambos contrayentes para la fundación del nuevo hogar, no se debe permitir el abuso verbal ni de ninguna forma.
El hombre casado debe ver a su esposa como: vaso frágil, esto no quiere decir que sea de menos valor, sino que debe ser protegida. Una esposa es la corona de su esposo, por lo tanto ella debe ser inspirada a darle a su esposo la mejor de las atenciones como respuesta grata del cuidado y amor que recibe.
El hombre con hijas mujeres debe dar ejemplo de lo que significa ser respetada, honrada y dignificada como creación divina. Una hija que ha recibido el respeto de un padre amoroso esperará tener un esposo que la valore tanto o más que su padre.
La mujer ha sido considerada por muchos siglos como digna de poco honor o respeto. Se la ha considerado como una esclava, o como un mero instrumento para satisfacer las pasiones del hombre. Sin embargo, es una de las doctrinas elementales del cristianismo que la mujer debe ser tratada con respeto, por lo tanto nuestra voz y nuestros deseos son merecedores de atención.
No puedo ni quiero olvidar nunca que mi padre siempre supo darme un lugar importante, aunque era la menor de ocho hermanos, siete de ellos varones, me enseñó a confiar que Dios no me había permitido nacer para ser golpeada, humillada ni menospreciada, todo lo contrario, sus enseñanzas me dieron dignidad y por eso hoy trato de enseñar a las madres de hijos varones que de ninguna manera inculquen en sus hijos que en la casa todo lo hace la mujer. Y de igual forma que le enseñen a sus hijas que no permitan abuso de ningún modo.
Ya que tenemos la Palabra de Dios como guía sólo nos toca meditar en ella, obedecer cada enseñanza con temor a Dios, no sacar textos del contexto y darle a la mujer el derecho dado primeramente por Dios, escuchándola, respetándola, valorando cada etapa de su vida y orando también que sea feliz y se sienta amada.
Con amor
Martha Vílchez de Bardales
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