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Foto del escritorIB La Molina

Todos ofendemos muchas veces

“Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo.” Santiago 3:2




Es cierto que todos cometemos muchos errores, pues si pudiéramos dominar la lengua, seríamos perfectos, capaces de controlarnos en todo sentido. A veces recuerdo cuando mi Miguel y yo comenzamos a pastorear siendo todavía solteros y muy jóvenes, aún no habíamos terminado nuestros estudios, pero siendo apasionados y creyendo que el tiempo era corto, comenzamos una iglesia.


Es seguro que todo de lo que hicimos a esa corta edad estaba impregnado de buenas intenciones, pero la necedad que está ligada en el corazón de los muchachos nos hizo ofender a más de uno.


Todos, en efecto, pecamos con frecuencia. Ahora bien, quien no sufre ningún desliz al hablar, es persona cabal, capaz de mantener a raya todo su cuerpo.

Santiago quería dejar claro que si aspirabas al oficio de la enseñanza tenías que tener mucho cuidado de no convertirte en un juez parado en un púlpito reprobando a diestra y a siniestra. Es decir ofendiendo y criticando, en vez de sembrar arrepentimiento y perdón de pecados.

Creo que Santiago se topó con algunos líderes que asumieron el derecho de juzgar a otros: se volvieron reprobadores, maestros de la ética y la moral que miraban con arrogancia a los demás como si ellos fueran superiores.

Una de las cosas más terribles que puede sufrir un cristiano es ser acusado por otro cristiano, desde que el ser humano cayó en pecado ese hábito de culpar a los demás se volvió algo innato en todos, pero no sólo algunos culpan, sino que buscan reputación culpando a otros.


Quiere decir que el que desea ser maestro debe estar más que consciente en estos peligros ya que por nuestra naturaleza caída somos propensos a enviciarnos con esta enfermedad de buscar fama y respeto menospreciando a los demás.


Por lo tanto no es que Santiago quiere desanimarnos a ejercer el don de la enseñanza, es un ejercicio noble y bien llevado forma discípulos amados, pero si no reconoces las debilidades como:

  • La ambición por el reconocimiento.

  • El deseo pecaminoso de condenar al pecador.

  • El orgullo que aparece cuando te felicitan.

  • La exaltación de uno mismo

  • La envidia cuando otros crecen y tú pareces menguar.

Cuando uno de estos pecados envenena el corazón del maestro se volverá acusador, calumniador, prepotente, injusto, intolerante, terco e ingrato, un ofensor de la Iglesia en vez de un pastor. ¡Por eso Dios será severo contra aquellos que imponen reglas extremas, calumnian sin freno, ofenden y son desleales!


¿Entonces si un hermano peca, no lo puedo exhortar? Eso le pregunto a Santiago. Si encuentras que alguien llamado cristiano no da señales de tener una vida en comunión con Cristo, debemos recordar que nadie está libre de pecados; nosotros también muchas veces fallamos, no hay nadie libre de debilidades. Tenemos que usar los dones espirituales de la mansedumbre, benignidad y mucha paciencia para invitar a los caídos a volver al Señor.


“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.” Gálatas 6:1

No hay nada que sirva más para moderar el rigor extremo que el conocimiento de nuestra propia enfermedad.


Los maestros en época de Santiago, reprendían por todo, aseguraban que lo hacían con celo de Dios, pero usaban palabras duras, y hasta insultos, parecían morder y arañar a la congregación con sus palabras, pero fingían santidad perfecta, nunca hay que olvidar que uno habla lo que sale de su corazón.


Mostramos verdadera madurez espiritual cuando cuidamos nuestro corazón y lengua. Recordemos siempre que podemos ofender cuando exageramos por orgullo, y ofendemos cuando criticamos o halagamos hipócritamente por el deseo de ganar favores.



Con amor


Martha Vílchez de Bardales


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