"Entró Jesús otra vez en Capernaúm después de algunos días; y se oyó que estaba en casa. E inmediatamente se juntaron muchos, de manera que ya no cabían ni aun a la puerta; y les predicaba la palabra. Entonces vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado por cuatro. Y como no podían acercarse a él a causa de la multitud, descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo una abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico. Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados." Marcos 2: 1-5
La fama de Jesús se había difundido por todos lados, la liberación de un endemoniado, la sanidad que recibían muchos, eran suficiente motivo para que multitudes lo siguieran, pero debemos recordar que Él vino a predicar la Palabra de las Buenas Nuevas, y la gente parecía haber convertido su ministerio en una campaña de sanidad.
Esta fue la razón por la que el Señor era claro en orientar a quienes sanaba que no dijeran nada sobre el milagro, Él no quería que la gente se contentara con arreglar su problema y nada más, no vino a ser un mero hacedor de milagros. El no quería que le identificaran por esa característica. Jesús vino al mundo a llevar a cabo un ministerio espiritual. Había venido a morir en una cruz por los pecados del mundo. Aquella clase de publicidad tergiversaba el evangelio.
Esto me hace pensar en las multitudes que hoy también han decidido buscar a un Dios que es misericordioso y hacedor de sanidad, ellos deben aprender a conocer al Salvador, al Dios que perdona los pecados, al Cristo que quiere ocupar el primer lugar en sus vidas, y no sólo a aquel a quien recurren para solucionar una enfermedad, un problema emocional o la provisión de pan y prosperidad.
¿Qué podemos hacer para evitar esta confusión? Orar por los enfermos, recibir todos los pedidos y urgencias, pero presentarles a quienes piden ayuda, a ese Dios que tú conoces muy bien.
La gente de Capernaúm se enteró que Jesús estaba en una casa y todos trataron de entrar en ella, como ya no entraba nadie más, se agolparon en la puerta y desde adentro Jesús predicó la Palabra. Llegaron un grupo de hombres trayendo a su amigo enfermo, el hombre posiblemente era víctima de un derrame que le paralizó un costado del cuerpo, lo cargaban al paralítico que yacía sobre una alfombra que servía de cama. He oído mensajes hermosos sobre la virtud de estos amigos que hicieron todo lo posible para ayudar a su amigo en desgracia, ellos literalmente levantaron el techo, algunos exégetas dicen que posiblemente el techo era de paja y tejas, ¿Se imaginan a Jesús predicando con los restos de teja y paja cayendo sobre los que estaban en la sala?
Jesús levantó la mirada (así me lo imagino yo) porque arriba de él unos hombres batallaban sacando el techo y luego amarrando sogas en la esquina de esa cama (alfombra) para bajar a su amigo. Él les vio y vio su fe.
Su fe se podía ver. Creo que esos amigos estaban seguros que el esfuerzo valía la pena porque no se irían con él nuevamente echado, saldrían de allí con su querido amigo, caminando. Su acción audaz, determinada, para traer a su amigo a Jesús, probaba que ellos tenían una fe real. La fe de esos amigos llevó al paralítico al lugar correcto, lo llevaron a Jesús.
Justo ayer compartí una meditación acerca de la amistad, al estudiar sobre ella, Dios me estrujó el corazón, no se trata de qué clase de amigos tienes, sino qué clase de amigo eres tú. “El hombre que tiene amigos, ha de mostrarse amigo”. Los amigos del paralítico fueron amigos de verdad.
Jesús le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados son perdonados”. El Señor se dirigió a la gran necesidad del hombre, y a la raíz en común de todo el dolor y sufrimiento, la condición pecaminosa del hombre. Por eso cuando alguien necesita oración por sanidad del covid19, vayamos directamente al mensaje del Evangelio y guiemos al enfermo a Jesús.
Los escribas que estaban siendo testigos de todo lo que ocurría (sólo seguían a Jesús para condenarlo) vieron con ira cómo Jesús pronunció el perdón de pecados, ellos estaban calladitos, sólo pensando en sus corazones que era una blasfemia la que Jesús había pronunciado, y la blasfemia era condenada con apedreamiento. Pero Jesús vio sus corazones y se dirigió a ellos: ¿Qué es más fácil decir al paralítico Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda?
Para los hombres, ambos, un perdón real y el poder para sanar son imposibles, pero para Dios, ambos son fáciles. Jesús demostró claramente Su poder y autoridad. Y es el mismo Poder que hoy puede realizar en beneficio de todos aquellos que le entregan su vida. Prediquemos de Jesús.
Con amor
Martha Vílchez de Bardales
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