“Aconteció en el cuarto año de Joacim hijo de Josías, rey de Judá, que vino esta palabra de Jehová a Jeremías, diciendo: Toma un rollo de libro, y escribe en él todas las palabras que te he hablado contra Israel y contra Judá, y contra todas las naciones, desde el día que comencé a hablarte, desde los días de Josías hasta hoy. Quizá oiga la casa de Judá todo el mal que yo pienso hacerles, y se arrepienta cada uno de su mal camino, y yo perdonaré su maldad y su pecado. Y llamó Jeremías a Baruc hijo de Nerías, y escribió Baruc de boca de Jeremías, en un rollo de libro, todas las palabras que Jehová le había hablado. Después mandó Jeremías a Baruc, diciendo: A mí se me ha prohibido entrar en la casa de Jehová.” Jeremías 36:1-5
Cuando Dios da instrucciones, éstas son precisas y con propósitos llenos de amor. Dios le ordenó a Jeremías que ahora no sólo profetizara oralmente, sino que también escribiera palabra por palabra cada mensaje. Seguramente desde que Jeremías empezó el ministerio de profeta, ya había anotado de alguna manera todo lo que Dios le declaró, por eso ahora el encargo sería compilar todos esos mensajes.
Como sabemos Jeremías nunca se casó, ni tuvo hijos, era difícil que alguien repitiera las palabras que él pronunció como boca de Dios, pero estas palabras quedaron grabadas en rollos preservados para ser repetidos a las siguientes generaciones. Estudiosos y exégetas del libro de Jeremías nos explican que quizá esas primeras anotaciones no estuvieron pulcramente ordenadas, por eso el Señor le dijo ahora que tomara el rollo y escribiera todo un libro en orden, que sería usado para que Judá supiera lo que iba a pasar, pero sobre todo, se arrepintiera.
Estos mensajes eran como advertencias que tenían el propósito de provocar arrepentimiento para salvación.
Baruc era escriba, amigo y el secretario de Jeremías. Muchos eruditos modernos creen que Baruc procedía de una prestigiosa familia de escribas del reino de Judá, En el capítulo 36 aparece por primera vez este personaje porque Jeremías lo llamó para que escribiera de boca de Jeremías todas las palabras de Jehová.
¿Por qué llamó Jeremías a Baruc? El profeta le explicó: “Estoy encerrado. No puedo entrar en la casa de Jehová” (Jeremías 36:5). Como hemos visto anteriormente Jeremías no era un predicador simpático que dijera cosas para elogiar al pueblo, todo lo contrario, así que como sus anteriores mensajes habían enojado mucho a las autoridades, parece que a Jeremías se le había prohibido entrar en la zona del templo en que debía leerse el mensaje de Jehová. Baruc fue entonces el elegido para dar lectura del rollo de la Palabra de Dios. El relato indica que “procedió a hacer conforme a todo lo que le había mandado Jeremías el profeta” (Jeremías 36:8).
Baruc hizo todo lo que su amigo le dijo que hiciera. No era poco lo que Baruc tendría que leer, me imagino que eran varios rollos que él mismo escribió, en todo caso valientemente empezó a leer el libro en voz alta, en la casa de Jehová, en el comedor de Guemarías a oídos de todo el pueblo” (Jeremías 36:8-10).
Mientras Baruc leía, los consejeros del rey y los príncipes se espantaron con el mensaje, ellos entendieron que el mensaje de Jeremías de parte de Dios iba a traer problemas. Así que pensaron que lo mejor era contarle al rey directamente. Pero antes le preguntaron a Baruc, diciendo:
“Cuéntanos ahora cómo escribiste de boca de Jeremías todas estas palabras. Y Baruc les dijo: El me dictaba de su boca todas estas palabras, y yo escribía con tinta en el libro. Entonces dijeron los príncipes a Baruc: Ve y escóndete, tú y Jeremías, y nadie sepa dónde estáis.”
Dios siempre nos habla y nos pide que regresemos al camino correcto, nos llama con mensajes tiernos pero también con voz de autoridad para que reaccionemos y dejemos de desobedecer, cuando nos apartamos de Dios, todo nos va mal. Baruc explicó en su lectura cuál era la voluntad de Dios: extender su misericordia, dar perdón a la nación, pero para dar el perdón pedía dos cosas urgentes y necesarias: la oración y la conversión.
Para que la oración sea genuina, hay que añadirle arrepentimiento, porque sólo cuando reconocemos que somos pecadores el Señor nos da su Gracia gratuitamente.
Los príncipes escondieron a Jeremías y Baruc e inmediatamente fueron a llevar el libro al rey, Joacim estaba sentado en su majestuoso y suntuoso palacio, construido en soberbia, abuso y mucho pecado, desgraciadamente no pudo ver el objetivo del mensaje, su orgullo cerraba sus sentidos espirituales, entonces apenas oyó la escritura, se abalanzó sobre ella y la rasgó con un cortaplumas de escriba. Y mientras Jehudí continuaba leyendo cada columna del pergamino, Joacim apenas terminaba de escuchar otra parte y también lo cortaba y echaba al fuego.
¿A quién se le ocurre que puede eliminar un mensaje de Dios? Seguramente existen algunas personas que quisieran desaparecer los textos que menos les convienen, quizá los versos que hablan de los pecados ocultos, o las citas que condenan la mentira, avaricia, desobediencia, egoísmo y vanidad. Joacim insultó a Dios cuando rechazó su palabra, y nadie puede despreciar la voz de Dios y salir ileso de esa falta.
Sin embargo aunque Joacim se aseguró de no dejar rastro del libro, este acto blasfemo e ignorante fracasó, porque la palabra de Dios es viva y eterna, aunque la tinta y el pergamino fueron quemados, la palabra de Dios nunca puede ser destruida. “Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre. (Isaías 40:8).
Si es la Palabra de Dios, nunca podrá ser destruida.
Con amor
Martha Vílchez de Bardales
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