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Foto del escritorIB La Molina

Te ruego por mis hijos

Actualizado: 8 abr 2021

Pero los ojos de los malos serán consumidos; no habrá para ellos escapatoria, y su esperanza es dar el último suspiro. Job 11:20



Esta frase la pronunció Zofar, el amigo de Job, cuando éste estaba hundido en la total decepción. Me imagino que cara tendría Job con todos sus amigos mirándolo y juzgando sus sentimientos.

La decepción es una emoción que surge cuando se sufre un engaño;​es un sentimiento de insatisfacción que aparece cuando no se cumplen las expectativas sobre un deseo o una persona. Se forma en unir dos emociones primarias, la sorpresa y la pena.


Lo peligroso de la decepción, es que, si perdura, es un desencadenante para la frustración y más adelante, la depresión.​ Es una fuente de estrés psicológico similar al arrepentimiento, pero se diferencia en que el sentimiento de arrepentimiento se enfoca básicamente en fallas en elecciones personales mientras que el de decepción se enfoca más en la insatisfacción proveniente del aspecto externo.

La decepción surge de unir la sorpresa con una sensación interna de impotencia. Job estaba triste, decepcionado de sus amigos, dolido en su cuerpo, pero no cesó de orar a Dios. Y ahora pienso en mis amigas que oran por sus hijos. La lucha de las intercesoras no es contra el diablo, sino contra la típica desconfianza y el conformismo de nuestro propio corazón, digo típica porque es algo natural que perdamos la memoria antes de tiempo, nos olvidemos de los milagros recibidos y caigamos en la decepción porque no vemos más muestras del poder de Dios.


Muy pronto olvidamos los milagros que recibimos, muy rápido se llenan de prejuicios la mente y el corazón. Conozco mujeres que empezaron su vida de fe siendo unas tremendas guerreras de oración, pero por alguna razón quedaron varadas, quizá porque no vieron el obrar de Dios en el tiempo que ellas esperaban, quizá porque la confusión y el desánimo se convirtió en acusación.

Todos podemos sucumbir a esta clase de resignación que viene acompañado de un desierto espiritual. ¿Qué hacemos cuando ya no tenemos ganas de orar?


¡Debes continuar! aunque parezca que tu pedido no sale del techo, aunque hayas perdido la voluntad de alabar, aunque los problemas te azoten con furia, CONTINÚA orando.

Hebreos 13:15 Así que ofrezcamos continuamente a Dios, por medio de Jesucristo, un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que confiesan su nombre.


Declara con tus labios que Cristo es fiel, dile a Dios que permanecerás orando porque en el fondo sabes que Él es Fiel. Sigue así y el fruto de tus labios se volverá un río de alabanza y gratitud. Dios escuchará tu clamor.


Con amor


Martha Vílchez de Bardales




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