“Muchas veces he oído cosas como estas; consoladores molestos sois todos vosotros. ¿Tendrán fin las palabras vacías? ¿O qué te anima a responder? También yo podría hablar como vosotros, si vuestra alma estuviera en lugar de la mía; Yo podría hilvanar contra vosotros palabras, y sobre vosotros mover mi cabeza. Pero yo os alentaría con mis palabras, y la consolación de mis labios apaciguaría vuestro dolor. Mas he aquí que en los cielos está mi testigo, y mi testimonio en las alturas. Disputadores son mis amigos; mas ante Dios derramaré mis lágrimas.” Job 16:2-5,19-20.
Desde que la pandemia recrudeció en el Perú, han sido muchos los amigos y siervos amados que han partido. He querido transmitir mi pena y solidaridad en esos difíciles momentos, a los familiares, pero creo que las palabras de consuelo deben ser acompañadas de abrazos fuertes y sinceros para, por lo menos, mitigar una minúscula parte del inmenso sufrimiento ante una pérdida. Desgraciadamente, sólo hemos podido dar muy poco, palabras dichas por celular o un WhatsApp.
Job fue alguien que no recibió consuelo, compañía solidaria ni comprensión.
Más bien ese grupo de amigos se convirtieron en una especie de contrincantes en un debate. Esos hombres que habían llegado como consoladores de Job, comenzaron a juzgarlo debatiendo con él, tratando de derrotarlo, tratando de conseguir una victoria intelectual, so pretexto de buscar arrepentimiento en su amigo. No creo que nadie que sufre merezca que lo traten de llamar al arrepentimiento, porque ese sentimiento debe brotar de un corazón que ha meditado en sus caminos, y no como una reacción ante el miedo por la prueba.
Lo que Elifaz el joven amigo de Job había estado tratando de hacer, como todos los amigos, era explicar el objetivo de Dios al probar a Job, él quería hacer que los caminos de Dios tengan sentido. Pero a veces, Dios no funciona así. A veces, los caminos de Dios parece que no tienen sentido para nosotros. Entonces si ocurre eso, es cuando tenemos que aferrarnos más al Señor y confiar en su sabiduría.
Para esos compañeros su comprensión limitada era que el bien se recompensa y el mal se castiga, casi de inmediato en esta vida. Así que si Job estaba mal era porque algo estaba pagando, y por eso merecía ser pateado. No se debe golpear al que está llorando.
En estos tiempos de pérdidas, miseria, hambre y dolor busquemos el rostro de Dios, como lo hizo Job quien declaró: “Ahora mismo, mi testigo está en el cielo; mi abogado está en las alturas. Mis amigos me desprecian, y derramo mis lágrimas ante Dios. Necesito un mediador entre Dios y yo, como una persona que intercede entre amigos.”
Nos consuela saber que no adoramos a un Dios insensible ante la desgracia. El Dios que conocemos en Cristo Jesús siente nuestro dolor y conoce nuestra pérdida. Llora con nosotros.
Dios tiene un consuelo eficaz y completo para los que sufren, Él da y nos quita, ¡alabado sea Dios!
Con amor
Martha Vílchez de Bardales
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