“Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación. Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo.” Santiago 3:1-2
Hoy todo el mundo dice lo que piensa. La libertad de expresión es un derecho que ha dado libertad para la agresión.
Según la Organización de la Naciones Unidas (ONU), la libertad de expresión es un derecho humano. En el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se establece que: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
Yo pregunto si los cristianos deberíamos tener el mismo deseo de expresar una opinión, porque “es mi derecho” sin considerar las implicancias que podría tener esa “idea”, u opinión. Gracias a Dios, Santiago nos da claras medidas para no ofender con mis palabras, porque la libertad que tengo no puede pisar a mi prójimo.
Cada uno de nosotros, como creyentes y discípulos en formación, tenemos que preocuparnos por la forma en que ejercemos nuestra libertad de palabra.
En la iglesia primitiva, dicen los estudiosos, cualquier cristiano podía hablar. Esto sucedía porque en la sociedad judía, esto estaba sólo destinado para los rabinos, entonces el nuevo culto cristiano era dinámico y sin estructura. Esto provocó que muchos quisieran hablar en las reuniones grupales, y algunos de estos espontáneos se sintieron superiores, o maestros de los demás.
Santiago da una censura razonable para aquellos que se estaban haciendo maestros en la iglesia. Considero oportuna esta advertencia en estos tiempos de pandemia, porque muchos con buena intención han querido dar una explicación a la prueba que sufrimos, prueba que ha venido con mucho dolor y muerte, pero, antes de afirmar “revelaciones” o “conclusiones teológicas” debemos tomar en serio la responsabilidad de lo que decimos, porque la responsabilidad es mayor para quienes asumen liderazgo, ya que un “maestro” puede recibir mayor condenación.
Si me siento a escribir un breve devocional, inofensivo y delicado para mis amigos, aún esa tarea, es una empresa que obliga responsabilidad. Los costos en términos de responsabilidad son altos, el trabajo hecho en el Nombre de Cristo, no es un servicio a la ligera. Porque Jesús dijo claramente:
“Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá.” Lucas 12:48
Se espera más del que se le ha dado más. El que tiene más privilegios, tendrá más responsabilidad.
Santiago entonces nos enseña que debemos medir con responsabilidad las conclusiones que queremos enseñar, no te hagas maestro irresponsable y lleves a las ovejas a caminos sinuosos. Y la segunda recomendación es cuidarte de no ofender.
“Porque todos ofendemos muchas veces.” Santiago 3:2
Me agrada mucho que Santiago se incluyó entre los que podrían haber ofendido. No acusó a otros de hacerlo, no se excusó como si fuera perfecto, reconoció más bien que algunas veces las palabras dichas con entusiasmo y sin freno, podrían hacer resbalar al prójimo.
En este punto hago una pausa para pedir perdón de corazón. Tengo la epístola de Santiago como abogado, puedo haber escrito palabras que hirieron tu mente y corazón. Perdona mi imperfección. “Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto” dice Santiago.
Pero como creyentes debemos procurar no ofender. Controlar las palabras es fácil cuando Dios controla tu mente y corazón. El que no ofende en palabra muestra una verdadera madurez espiritual.
Con amor,
Martha Vílchez de Bardales
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Es un excelente devocional para mí, me ha llamado a la reflexión sobre que palabras puedo sacar de mi para expresarlo con cada amigo o paciente que llega por consejo u orientación, estoy segura que Dios demandará como he podido incidir en cada vida.