“Abatida hasta el polvo está mi alma; vivifícame según tu palabra. Te he manifestado mis caminos, y me has respondido; enséñame tus estatutos. Hazme entender el camino de tus mandamientos, para que medite en tus maravillas. Se deshace mi alma de ansiedad; Susténtame según tu palabra. Aparta de mí el camino de la mentira, y en tu misericordia concédeme tu ley. Escogí el camino de la verdad; he puesto tus juicios delante de mí. Me he apegado a tus testimonios; oh Jehová, no me avergüences. Por el camino de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón.” Salmo 119:25-32
¿Has estado alguna vez abatido, frustrado, sin ganas de nada y cansado? Existen muchas circunstancias que pueden provocar desaliento y fastidio: la actitud de esas personas bruscas e intolerantes que son provocadoras de males, las necesidades sin resolver que se agolpan cada día, o inclusive las quejas de otras personas cercanas pueden cargar tu alma que lucha por vivir con paz.
El abatimiento no es un sentimiento pasajero, cuando aparece va provocando que la persona se sienta decaída al principio, pero poco a poco la va llevando a un hundimiento tanto físico como emocional, donde se pierde la fuerza o energía. Una persona con este mal puede aproximarse a la depresión si no busca ayuda.
Ahora imagina al salmista describiendo la profundidad de sus sentimientos, él dijo que su alma estaba abatida hasta el polvo, esta es una alegoría fuerte para decir que se sentía cerca de la muerte por la crisis que estaba viviendo, y el polvo era el lugar de la muerte, el lugar del duelo y el lugar de la humillación.
No conozco la razón de su desánimo, pero cualquiera que haya sido la causa de su queja, no era un mal liviano, sino un tema que provocaba hasta su deseo de desaparecer de esta vida.
Entonces así, estando caído y abatido, reclamó a Dios, ¡Dame vida según tu Palabra!
Cuando estás abatido por el desánimo todo el cuerpo se pone entumecido, es como si los huesos estuvieran casi paralizados, los músculos agarrotados, y los sentidos como muertos, necesitas desentumecerse, que vengan los paramédicos y apliquen una reanimación urgente para avivarte, en el caso del Salmista este poder de avivar al abatido, dependía de la Palabra de Dios.
El salmista sabía lo que necesitaba. El día de hoy buscamos tantos remedios caseros y profesionales ante el decaimiento, desde vitaminas, energizantes, dietas naturales, píldoras y operaciones, pero el salmista nos da la receta divina, la Palabra de Dios.
Otro detalle que me enamora de estos versos es la intimidad que tiene el escritor con Dios, le habla como un hijo habla con su padre: “Te hablé sobre mi vida y tú me respondiste; ahora, enséñame tus mandatos. Ayúdame a entender tus instrucciones, para apreciar todas las maravillas que has hecho. Estoy cansado y lloro de tristeza; fortaléceme tal como lo prometiste. Aléjame del camino de la mentira y guíame con tus enseñanzas. He decidido seguir el camino de la fidelidad; prestaré atención a tus órdenes.”
Sus peticiones son claras y nos dan ejemplo para seguir orando con este modelo:
Devuélveme la vida y la vitalidad, para vivir según tu palabra.
Enséñame tus mandatos.
Ayúdame a entender tus instrucciones, para apreciar todas tus maravillas.
Fortaléceme como lo prometiste.
Aléjame del camino de la mentira.
Prestaré atención a tus órdenes.
Ensancha mi corazón.
Estos pedidos del salmista son diferentes a las oraciones de muchas personas que sólo piden bendiciones para disfrutar. Para salir del abatimiento tenemos que reconocer nuestras faltas y pedir perdón, tenemos que tomar decisiones de no volver a caer en la negligencia de no estar atento a escuchar la voz de Dios, debemos optar por no caer en la mentira y debemos permitir que la Palabra funcione como restaurador de la vida, nos renueve y aliente para vivir de la mano con la Palabra de Dios.
Con amor
Martha Vílchez de Bardales
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