Necesitamos encontrar alguna fórmula para evitar contratiempos o para solucionar los problemas que se presenten en este nuevo comienzo, porque como dijo Jesús “...imposible es que no vengan tropiezos; mas ¡ay de aquel por quien vienen! Mejor le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos” Lucas 17:1-2.
Los conflictos son parte de la historia de la iglesia. Desde temprano la Biblia nos muestra una serie de problemas, conflictos y peleas que surgieron al interior de la iglesia, tanto que el primer documento oficial que se emitió al final del Concilio de Jerusalén tuvo como objetivo resolver la controversia entre dos posiciones diametralmente opuestas: la posición de los cristianos de Antioquía, que promovían una fe libre de ataduras para los gentiles; y la posición de algunos cristianos de Jerusalén, que promovían una fe pegada al cumplimiento de la ley de Moisés.
El conflicto dio pie a que se establecieran cuatro reglas básicas para mantenerse unidos,
que precisamente es el título y objetivo del presente sermón; es decir, debemos adelantarnos a los problemas y definir cuatro reglas básicas de nuestra iglesia, porque al cumplirlas lograremos ser y hacer discípulos, y trabajaremos para convertirnos en una comunidad de discípulos que responden al llamado de Jesús: amar a Dios, amar al prójimo y servir a todos.
Durante el Concilio de Jesús, se escribió una carta, que se encuentra en Hechos 15:23-29, que presenta la solución a los conflictos entre los cristianos de Antioquía y algunos cristianos de Jerusalén. Esta carta se escribió para resolver el conflicto que algunos cristianos habían provocado al hablar por su propia cuenta; es decir, hay dos clases de cristianos: los que hablan por el Espíritu y los que hablan por sí mismos.
Los que hablan por el Espíritu priorizan la oración, estudio y comunión; mientras que los que hablan por sí mismos son intransigentes, cerrados, y buscan que los demás hagan lo que ellos creen que es correcto. Los que hablan por el Espíritu no se creen superiores a nadie, por eso son tolerantes, perdonadores y humildes; mientras que los que hablan por sí mismos se creen superiores a los demás, y por eso esperan ser escuchados y obedecidos.
Volviendo al conflicto en la historia de Hechos 15:23-29, el pastor Jacobo escuchó y resolvió el problema estableciendo cuatro reglas básicas para mantener la unidad: “Yo considero que debemos dejar de ponerles trabas a los gentiles que se convierten a Dios. Mas bien debemos escribirles que se abstengan de lo contaminado por los ídolos, de la inmoralidad sexual, de la carne de animales estrangulados y de sangre” Hechos 15:19-20
Muchos dicen que debemos cumplir estas instrucciones de forma literal, ignorando que
estas fueron reglas prácticas, eficaces, viables y realistas, por eso trajeron paz y crecimiento en las primeras iglesias gentiles. De la misma manera, siguiendo el espíritu del Concilio de Jerusalén, debemos encontrar reglas básicas para mantenernos unidos en el siglo XXI, que sirvan y sean prácticas, eficaces, viables y realistas para nuestra iglesia.
Entonces, después de orar, estudiar y consultar con el Señor, tengo cuatro reglas que
deben establecerse en el nuevo comienzo de nuestra iglesia:
Humildad entre todos (Romanos 12:16)
Sinceridad en vez de malicia (1 Corintios 5:8)
Colaboración en vez de competencia (Efesios 3:16)
Un sistema de trabajo (Filipenses 3:16)
Permítanme volver a la historia, porque la Biblia dice que Pablo y Bernabé regresaron a Antioquía portando la carta, que leyeron delante de toda la iglesia. Cuando los hermanos escucharon el contenido, se llenaron de gozo y paz; sin embargo, la Biblia también cuenta que Pablo y Bernabé tuvieron un desacuerdo tan grande que optaron por separarse y tomar caminos diferentes (Hechos 15:39-40)
¿Qué pasó? Otra vez debemos recordar al Señor Jesús, cuando dijo que los conflictos son inevitables; porque cuando las reglas básicas no funcionan, hay una regla final a la que debemos recurrir: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y entendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” Filipenses 3:13-14
Aquí está la última regla: sin importar lo que suceda, nada nos hará cambiar de dirección;
pase lo que pase, se pierda quien se pierda, ocurra lo que ocurra, nosotros vamos a seguir la meta, porque nuestro compromiso no es con hombres sino con Dios.
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