"Jehová será refugio del pobre, Refugio para el tiempo de angustia. En ti confiarán los que conocen tu nombre, Por cuanto tú, oh Jehová, no desamparaste a los que te buscaron". Salmo 9:9-10
¿Por qué Perú no frena los contagios de coronavirus tras 100 días de confinamiento? Entre las razones se mencionan el aglomeramiento en los mercados, el uso del transporte público, las masas que hacen cola para cobrar ayudas gubernamentales, la necesidad de ganar dinero con la venta ambulatoria, y el éxodo al campo de miles que ya no tienen donde vivir en la capital.
Nunca he visto migraciones de peruanos tan abundantes como en estos últimos días, desde que empezó la cuarentena y se iba alargando de quince en quince días, muchas familias de provincia se fueron quedando sin lo necesario para pagar alquileres y comida. Entonces empezaron a migrar por pequeños grupos, a pesar de la inmovilización de los buses interprovinciales, los grupos se hicieron cada vez más grandes, -“Ya es imposible vivir en Lima, no tenemos dinero para pagar los alquileres, no tenemos trabajo, y nos morimos de hambre”- decían.
Todos los días hemos visto miles de ciudadanos caminando en las carreteras, decididos a caminar cientos de millas para regresar a su hogar y contar así, con el respaldo de sus familias. El gobierno ha hecho de todo para tratar de controlar esta migración por el peligro que conlleva la aglomeración de viajeros posiblemente contagiados, y sobre todo llegar a las ciudades que aún no tenían la enfermedad, pero la meta de los migrantes era encontrar un hogar, y ante eso, no hubo quien los pudiese detener.
El refugio es una necesidad básica para los humanos. Tener un hogar seguro y saludable es una aspiración fundamental para todos nosotros, y en estos tiempos de pandemia, debemos recapacitar en la gran cantidad de personas que han perdido esta seguridad.
Alma mía, en Dios solamente reposa, Porque de él es mi esperanza. Él solamente es mi roca y mi salvación. Es mi refugio, no resbalaré. En Dios está mi salvación y mi gloria; En Dios está mi roca fuerte, y mi refugio. Salmo 62:1-2
Israel fue una nación que estuvo constantemente migrando, pero Dios les dio hombres de fe que los dirigieron y enseñaron a tener en Dios, su Amparo, Castillo, Refugio y Roca de salvación. Es una prueba difícil para cualquier cristiano el sentirse desamparado, sin lugar donde vivir, sin hogar. Pero a pesar que la prueba pueda ser insostenible, el creyente puede sentir que el Señor nunca le deshabitará. No lo dejará sin un lugar donde descansar.
Un día estaba Jesús rodeado de mucha gente, y vino un escriba y le dijo: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas. Pero el Señor le respondió: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza.
Jesús no tenía un lugar fijo dónde vivir en su adultez, en la niñez si vivió en Nazaret, allí estuvo su hogar, pero cuando empezó la misión, ella lo mantenía en movimiento, mientras Pedro, el apóstol, tenía una esposa, una casa, una familia y un hogar, el Señor vivió una vida muy simple, una vida de fe. Me lo imagino con pocas cosas materiales, sobre todo su razón de salvar a la humanidad era su trabajo.
Los creyentes tenemos un palacio allá, más lindo que el sol, como dice la letra del viejo himno, y la estrofa termina: Con mi buen Jesús. No importa cuán pequeña, grande, llena, vacía, humilde o rica sea tu casa. Lo más importante es que Cristo sea quien viva en ella y sea el Señor.
“Mi pueblo vivirá en un lugar pacífico, en habitaciones seguras, en residencias tranquilas” Isaías 32:18
Con amor,
Martha Vilchez de Bardales
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