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Foto del escritorIB La Molina

Oye hijo mío

“Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre;

Porque adorno de gracia serán a tu cabeza, y collares a tu cuello. Hijo mío, si los pecadores te quisieren engañar, no consientas.” Proverbios 1:8-10


Todos los hijos quieren ser bendecidos pero no siempre están dispuestos a obedecer el buen consejo de sus padres. Mi papá, quien fue un pastor fiel al servicio de Dios hasta partir a la Presencia de Dios, más de una vez me dio largos sermones sobre el valor de la obediencia. Uno de los textos que me repetía era Deuteronomio 28:1-2 “Si oyeres diligentemente la voz de Jehová tu Dios, para guardar cuidadosamente todos sus mandamientos que yo te ordeno hoy, y todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te alcanzarán, porque obedecieres la voz de Jehová tu Dios”.

No podemos ser bendecidos si no obedecemos los mandatos de Dios. Desgraciadamente muchas enseñanzas humanistas se infiltraron en las iglesias y esta regla divina sobre la sumisión se ha cambiado y por eso muchos creyentes creen que es un deber de Dios el regalar bendiciones a diestra y siniestra.

Pero la gran mayoría de las promesas de bendiciones de Dios dependen de seguir sus instrucciones y guardarlas. El Señor es serio cuando se trata de obedecer lo que dice en su Palabra. La obediencia es la única llave que abre el tesoro de bendición de Dios en nuestras vidas: Obedecer cosecha recompensas, mientras que la desobediencia trae consecuencias.


Siempre le doy gracias a Dios que tuve padres temerosos de Dios, ellos sabían que tenían la gran tarea de instruirnos para que no cayéramos en las trampas de la vida. Por eso que como esposa de pastor trato de enseñar a los padres sobre la tarea que Dios les ha designado: ser los primeros maestros de sus hijos, ellos no sólo son los que proveen cuidado y provisión, sino que son como los guardianes personales de cada hijo.

Sabemos sin embargo, que los Proverbios no son promesas que se tienen que cumplir aunque no hagamos nada para honrar a Dios. Muchas veces hemos repetido: “Instruye al niño en su camino y aunque fuere viejo no se apartará de él” entonces, aferrándonos a ese verso, hemos creído que bastaba llevarlo a la iglesia una vez a la semana para que aprenda la Biblia y sería prosperado.

He escuchado a Padres frustrados decir: “¿Por qué hizo eso tan malo? Claramente le enseñé a evitar ese problema”. “Oh yo pensé que en mi iglesia le enseñarían a no cometer esos pecados” . Aunque el padre cariñoso y experimentado advirtió a su hijo sobre el peligro de elegir, el hijo no escuchó ni recordó el consejo. No comprendió ni retuvo la lección, y cayó en el mismo dolor y problema del que su padre trató de salvarlo.

Muchas madres han dicho: “¿Por qué hizo eso? ¡Le di una regla para nunca hacer eso! Aunque la madre piadosa y amorosa estableció una ley para proteger a su hija, la niña simple eligió su propio camino y cosechó las amargas consecuencias. Ella abandonó la ley de su madre al ignorar la advertencia y elegir hacer las cosas a su manera.

¿Qué hace que los hijos sean simples? Tienen sólo una fracción del conocimiento y la experiencia que tienen sus padres. Son incapaces de identificar o analizar la naturaleza y las causas de las vidas disfuncionales que los rodean. Son miopes, pensando solo en el presente, mientras que sus padres están enfocados en el futuro. Están emocionalmente cautivados por la presión de los compañeros y la tontería de las redes sociales. Sus padres los conocen mejor que nadie, incluidos ellos mismos, pero persisten en hacer las cosas a su manera.

Como padres hemos recibido la tarea imperiosa de formar hijos que amen a Dios, que lo conozcan y disfruten de tener una relación personal con su Creador y Salvador. Eso no tiene fin. Porque puede ser que ahora tus hijos se hayan casado y se hayan ido del hogar, pero una llamada, una visita, un consejo, una instrucción, y mucha oración podrán ayudar, a ellos a no apartarse del camino de la Vida Eterna.


Nuestra tarea es seguir adornando la vida de nuestros hijos con la sabiduría de Dios, estos adornos son como collares y coronas que embellecen desde el corazón.

Con amor

Martha Vílchez de Bardales


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