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Foto del escritorIB La Molina

Los mandamientos que se aman no son atadura

“Venga a mí tu misericordia, oh Jehová; tu salvación, conforme a tu dicho. Y daré por respuesta a mi avergonzador, que en tu palabra he confiado. No quites de mi boca en ningún tiempo la palabra de verdad, porque en tus juicios espero. Guardaré tu ley siempre, para siempre y eternamente. Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos. Hablaré de tus testimonios delante de los reyes, y no me avergonzaré; y me regocijaré en tus mandamientos, los cuales he amado. Alzaré asimismo mis manos a tus mandamientos que amé, y meditaré en tus estatutos.” Salmo 119:41-48

Que hermoso es meditar en la Palabra para aprender a ser verdaderos hijos de Dios. Es que cuando empezamos a leer con hambre espiritual el Señor se encarga de hacernos entender sus planes y nos adiestra para saber responder a cada situación de la vida.

Los mandatos de Dios no son como cuerdas que nos sujetan y nos quitan libertad, tampoco son condenaciones que quieren provocar miedo para sujetarnos a una especie de esclavitud espiritual. Las Palabra de Dios traen paz, esperanza, libertad y sabiduría por eso debemos amar meditar en ella cada día.

Esta porción maravillosa es una oración que clama por misericordia y salvación. Todos los que hemos sido salvos por gracia podemos estar seguros que si Dios envió a sus profetas a predicar la salvación, a los ángeles a anunciar al Redentor, a los apóstoles a predicar sobre el único Camino, y al Hijo en rescate de muchos, podemos estar seguros que al haber reconocido nuestra condición de pecadores, recibido el perdón divino, y reconociendo a Cristo como Salvador y Señor, nuestro nombre está escrito en el Libro de la Vida y la salvación y vida eterna es una gracia recibida que nadie quitará.

Al parecer en esta porción de la escritura el salmista se encontraba atacado por acusaciones, reproches y traiciones, por eso parece pedirle al Señor que vuelva a tener misericordia de él y lo socorra. Es una realidad con la que vivimos todos los creyentes, ser atacados continuamente por el diablo y sus huestes espirituales de maldad, porque Satanás a menudo reprocha a los hijos de Dios.

“Oí una gran voz en el cielo que decía: ¡Ahora ha llegado la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo! Porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios.” Apocalipsis 12:10

Parece mentira que a veces los reproches y acusaciones salgan de cristianos a otros cristianos. Esto se ve muy seguido desgraciadamente en las redes sociales, si alguna persona no está de acuerdo con otra en cualquier tema, aparecerá alguien con un reproche, un juicio, censura, recriminación e incluso insultos, aparentando sinceridad y usando mal la Palabra de Dios. ¿Cómo debemos responder cuando alguien quiere afirmar dichos nuestros (que no hemos hablado) reprochar conductas (que carecen de verdad) o simplemente criticar porque no eres simpático para él?

Un hombre de piedad pura y de corazón sencillo, está armado con la Palabra de Dios (en su mente, corazón y actitudes) así que no debe necesitar de argumentos orgullosos propios de la defensa humana.

“Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.” Efesios 6:17

El Salmista le pidió a Dios: “No quites de mi boca en ningún tiempo la palabra de verdad, porque en tus juicios espero. Guardaré tu ley siempre, para siempre y eternamente. Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos.”

Cuando me encontré con mis hijas Deborah y Valeria después de tiempo de estar sin ellas, alcé mis brazos para pegarlas a mi pecho y volver a sentir sus besos y caricias, cuando alabo a Dios alzo mis brazos como una muestra de adoración, creo que el salmista alzó sus brazos a los mandamientos de Dios porque quería abrazar las enseñanzas, acercarlas a él y obedecerlas, como amarlas.

Levantar las manos hacia los mandamientos es una figura de consideración reverente o anhelo, que esta palabra se acerque a tu corazón y te bendiga.


Con amor:

Martha Vílchez de Bardales.


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