"Cuando llegó la noche, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también había sido discípulo de Jesús. Este fue a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato mandó que se le diese el cuerpo. Y tomando José el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia,y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña; y después de hacer rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, se fue. Y estaban allí María Magdalena, y la otra María, sentadas delante del sepulcro." Mateo 27: 57-61
“El coronavirus ha cambiado la manera tradicional de despedirnos de un ser querido.” Este fue el titular de un periódico en la peor etapa de la pandemia, Se suspendieron los velorios, se prohibieron los cultos y misas donde se podía consolar a los que habían sufrido la pérdida de alguien amado. Creo que nadie olvidará los días difíciles que pasamos, sobre todo los que perdieron familiares y amigos amados.
El día que Jesús murió, fue un día Viernes, y como vemos en los evangelios, no hubo casi nada de tiempo para velar su cuerpo. El sábado comenzaba a las seis de la noche. Por lo tanto, había necesidad de apresurarse en el entierro de Jesús antes de la puesta del sol.
Un hombre llamado José, que era miembro del Consejo, un hombre bueno y justo y que no había consentido en el plan y acción del juicio contra Jesús, fue a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Y bajándolo, lo envolvió en un lienzo y lo puso en un sepulcro excavado en la roca, donde nunca nadie se había acostado. Los evangelios completan la historia agregando a Nicodemo, que trajo una mezcla de mirra y áloe, como cien libras de peso.
La mirra es una resina aromática que se desprende de un árbol que crece en Arabia y es apreciado por su perfume. El aloe es una savia fragante, estas especias eran las sustancias que se utilizaban para embalsamar, contrarrestar el mal olor del fallecido así como retrasar el cuerpo en descomposición. Este preparado se usaba en reyes o gente muy importante, eso fue lo que quiso Nicodemo para su Salvador.
Creo que José y Nicodemo hicieron un trabajo muy importante previo al entierro. José de Arimatea llevó un lienzo de lino para recoger a Jesús de la cruz, probablemente tuvo que romper esa especie de sábana grande en tiras o vendajes. La costumbre judía era poner las vendas de lino en torno al cadáver, pero Nicodemo primero esparció las especias en forma de polvo, en cada pliegue de lino. Imagino a Nicodemo y José colocando amorosamente las tiras de vendas perfumadas envolviendo al Señor.
Un hombre rico como José de Arimatea probablemente tenía una tumba cavada en roca sólida. La tumba comúnmente tenía una pequeña entrada y tal vez uno o más compartimentos donde se preparaban los cuerpos después de haber sido tratados con especias, ungüentos y tiras de lino. Según su costumbre, los judíos dejaban estos cuerpos solos por algunos años hasta que se descomponían hasta quedar huesos, luego los huesos eran colocados en una pequeña caja de piedra conocida como osario. El osario permanecía en la tumba con los restos de otros miembros de la familia.
Los enemigos de Jesús hicieron todos los esfuerzos posibles para asegurar al sepulcro, su miedo que se cumplan las promesas de la resurrección los hizo poner sello y guardias para vigilar el lugar, pero ese hecho más bien, puede confirmar al mundo que Jesús resucitó y saltó toda la seguridad que creyeron que sería inviolable.
Y estaban allí María Magdalena, y la otra María, sentadas delante del sepulcro. Mateo 27:6.
Es importante que notemos cómo los evangelistas están de acuerdo entre sí sobre las mujeres que estuvieron presentes el día domingo de resurrección:
Juan menciona una sola mujer, María Magdalena. Juan 20:1
Mateo menciona dos, María Magdalena, y la otra María. Mateo 28:1
Marcos menciona a tres, María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé. Marcos 16:1
Lucas no fija el número, sino que solo relata que vinieron mujeres, que habían seguido a Cristo desde Galilea. Lucas 24:10
Pero esta dificultad se resuelve fácilmente de esta manera. Así como Mateo inserta los nombres de dos mujeres que eran más conocidas y tenían la más alta reputación entre los discípulos, Juan se contenta con mencionar solo el nombre de María Magdalena , pero sin excluir a los demás; y, de hecho, es evidente, al ver sus palabras que ella no estaba sola, porque, poco después, María Magdalena dice, en número plural, NOSOTROS no sabemos dónde lo han puesto.
Por lo tanto podemos decir que José de Arimatea y Nicodemo fueron seguidos y observados todo el tiempo por mujeres; ellas se mantuvieron siempre a cierta distancia porque no habría sido correcto de acuerdo a las costumbres judías que ellas se mezclaran con los dos miembros del Sanedrín. Pero ellas estuvieron fieles mirando lo que hacían con Jesús.
¿Por qué hicieron esto? Bueno, Marcos nos va explicar inmediatamente que ellas también querían prodigar sus cuidados al cuerpo de su amado Salvador. Cuando pasó el día de reposo,María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas para ir a ungirle.” Marcos 16:1, ¿dónde estaban los discípulos? Lo habían dejado. Pero ellas querían estar bien informadas acerca del lugar donde iban a colocar el cuerpo. Y aunque tuvieron que esperar a que pasara el día de reposo, ya sabían donde estaba el sepulcro.
Creo que el velorio de Jesús no tuvo mucha gente, dos hombres y tres mujeres, pero no fueron simples testigos, ellos cumplieron una tarea santa. Estas mujeres comprobaron ser las seguidoras más devotas de Jesús, y fueron ellas también las primeras en proclamar su resurrección.
Creo que María Magdalena amó muchísimo a Jesús. Él había hecho algo por ella que nadie más hizo jamás, y ella nunca lo iba a olvidar. María había pecado mucho y amaba mucho; y el amor era todo lo que tenía para traer a su Señor. Era costumbre en Palestina visitar la tumba de un ser querido después de tres días de que el cuerpo hubiera sido sepultado. Se creía que durante tres días el espíritu del muerto rondaba la tumba. Los amigos de Jesús no podían ir a la tumba en sábado, porque hacer un viaje ese día era quebrantar la ley. El sábado fue en realidad el domingo por la mañana cuando María fue a la tumba. Ella vino muy temprano. La palabra que se usa para temprano es proi, que era la palabra técnica para la última de las cuatro vigilias en que se dividía la noche, la que iba desde las 3 am hasta las 6 am. Todavía estaba gris oscuro cuando llegó María.
Cuando llegó a la tumba ella estaba asombrada y conmocionada. Las tumbas en la antigüedad no solían cerrarse con puertas. Delante de la abertura había un surco en el suelo; y en el surco corría una piedra circular, como una rueda de carreta; la piedra fue puesta en posición para cerrar la abertura de la tumba.
Además, Mateo nos dice que las autoridades habían sellado la piedra para asegurarse de que nadie la moviera, Mateo 27:66 . Imaginen el asombro de María al encontrar la piedra quitada. Dos cosas pueden haber pasado por su mente. Ella pudo haber pensado que los judíos se habían llevado el cuerpo de Jesús; que, no satisfechos con matarlo en una cruz, le pensaban ultrajarlo más. Quizá también imaginó que ladrones de tumbas se lo habían llevado. Era una situación que María sintió que no podía enfrentar por sí misma; así que volvió a la ciudad para buscar a Pedro y Juan. María es el ejemplo supremo de quien siguió amando y creyendo aun cuando no podía comprender; y ese es el amor y la creencia que al final encuentra la gloria.
Pedro todavía era el líder reconocido del grupo de apóstoles. Fue a él a quien se dirigió María. Entonces, Pedro y Juan fueron con ella inmediatamente hacia el sepulcro. Iban a la carrera; y Juan, que debe haber sido un hombre más joven que Pedro, corrió más rápido. Cuando llegaron a la tumba, Juan miró adentro y vio los detalles: vio los lienzos puestos allí, pero no entró. Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte. Entonces entró Juan, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó.
Los detalles que vieron Pedro y Juan fueron que las ropas mortuorias no estaban desdobladas ni desordenadas. Estaban puestas con todos sus pliegues. Las palabras utilizadas para los lienzos puestos allí y enrollados en un lugar aparte indican el arreglo ordenado de las envolturas de entierro. Preparados para un entierro, esas tiras o lienzos eran untadas con ungüentos, aloes y especias, y los lienzos eran aplicados en varias capas. El entierro de Jesús en el día de su muerte fue apresurado, por eso las mujeres fueron temprano el domingo para aplicar más capas.
Una explicación más, la mezcla de ungüentos, aloes y especias secaban y endurecían los lienzos, formando una especie de momia o capullo. La retirada normal de estas envolturas de entierro requería de arrancar o cortar; pero Pedro vio que no había un retiro normal de las envolturas de entierro. El punto de la descripción es que estos lienzos no se veían como si hubieran sido retirados; yacían ahí en sus pliegues regulares como si el cuerpo de Jesús simplemente se hubiera evaporado.
El ordenado y pulcro arreglo de los lienzos muestran que no fue una mano humana, por lo menos de ninguna manera evidente, la que removió los lienzos de Jesús. Todo esto demostraba que algo absolutamente único había sucedido en esa tumba que ahora estaba vacía. El punto central de la descripción es que parecía como si el cuerpo de Jesús simplemente se hubiera evaporado de ellos. Esto fue lo que notó Juan y creyó. No fue lo que había leído en las Escrituras lo que lo convenció de que Jesús había resucitado; fue lo que vio con sus propios ojos.
Volvamos con María, ella estaba llorando afuera, junto al sepulcro. Mientras lloraba, se inclinó y miró dentro del sepulcro, y vio a dos ángeles sentados allí con vestiduras blancas, uno a la cabecera y el otro a los pies del lugar donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?" Ella les dijo: "Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto". Cuando hubo dicho esto, se volvió y vio a Jesús de pie allí, y no supo que era Jesús. Jesús le dijo: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" Ella, pensando que era el jardinero, le dijo: "Señor, si tú eres el hombre que lo ha quitado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré". Jesús le dijo: "¡María!" Ella cambió, y le dijo en hebreo: "¡Rabbouni!" que significa, "¡Maestro!" Jesús le dijo: "¡No me toques! Porque aún no he subido al Padre. Pero ve a mis hermanos y diles que voy a subir a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios". ." María de Magdala se acercó a los discípulos, diciéndoles: "He visto al Señor", y les contó lo que él le había dicho.
A María pertenece la gloria de ser la primera persona en ver a Cristo Resucitado. Ella había regresado a la tumba; ella había llevado su mensaje a Pedro y Juan, y luego debe haberse quedado atrás en su carrera hacia la tumba, de modo que cuando llegó allí, ya se habían ido. Así que ella se quedó allí llorando. No hay necesidad de buscar razones elaboradas por las que María no conoció a Jesús. El hecho simple y conmovedor es que ella no podía verlo a través de sus lágrimas.
Toda su conversación con la persona que creía que era el jardinero muestra su amor. "Si tú eres el hombre que lo ha llevado, dime dónde lo has puesto". Ella nunca mencionó el nombre de Jesús; pensó que todo el mundo debía saber en quién estaba pensando; su mente estaba tan llena de él que no había nadie más para ella en todo el mundo. "Me lo llevaré". ¿Cómo era la fuerza de su mujer para hacer eso? ¿Adónde lo iba a llevar? Ni siquiera había pensado en estos problemas. Su único deseo era llorar su amor sobre el cuerpo muerto de Jesús. Tan pronto como hubo respondido a la persona que tomó por el jardinero, debió volverse hacia la tumba y así darle la espalda a Jesús. Luego escuchó la voz del Señor: "¡María!" y su única respuesta, "¡Maestro!".
Entonces vemos que había dos razones muy simples pero muy profundas por las que María no reconoció a Jesús. Ella no pudo reconocerlo debido a sus lágrimas. Le cegaron los ojos para que no pudiera ver. Cuando perdemos a un ser querido, siempre hay tristeza en nuestros corazones y derramamos lágrimas sin consuelo. Pero una cosa que siempre debemos recordar en un momento así, muy aparte de nuestra pena, nuestra soledad, nuestra pérdida, nuestra desolación, es que la pena no nos ciegue a la gloria del cielo. Lágrimas debe haber, pero a través de las lágrimas debemos vislumbrar la gloria de Dios.
María no pudo reconocer a Jesús porque insistió en mirar en la dirección equivocada. No podía apartar los ojos de la tumba y por eso le dio la espalda. Esto también pasa con nosotros cuando vemos el entierro de alguien amado, a veces nuestros ojos se quedan sobre la fría tierra de la tumba; pero debemos apartar los ojos de eso. Allí no es donde están nuestros seres queridos; sus cuerpos desgastados pueden estar allí; pero la verdadera persona cristiana está en los lugares celestiales en la comunión de Jesús cara a cara, y en la gloria de Dios.
María Magdalena debe ser un ejemplo de lo que es darle a Cristo una verdadera devoción, porque fue un acto de devoción y de valentía quedarse al lado de la tumba aunque los otros se fueron. Pedro no pudo afrontar el examen de una criada en el patio del palacio; sus discípulos no lo acompañaron hasta el final, pero ella no estaba dispuesta a olvidar a su Maestro. El alma de esta mujer estaba inundada, como la de Pablo, del amor de Cristo, y por eso olvidó, como él, el peligro y el riesgo.
Ella demostró su devoción en su perseverancia, porque mientras Pedro y Juan vinieron, miraron y se fueron, ella se quedó en el lugar donde estaban sus vendajes y túnica dobladas. Puedo imaginar a Juan animándola a regresar a la ciudad, pero su amor y devoción la hicieron una mujer incapaz de resignarse. El premio a esa devoción fue la revelación de Cristo.
Como entonces para María, para nosotros ahora, las revelaciones son posibles; mientras velamos y oramos junto a la cruz. Cristo nos revela su misericordia, bondad y amor. Y si lloramos desconsoladas por alguna prueba, podemos estar seguras que las lágrimas que se entregan en el altar de Dios serán todas recogidas y puestas en la redoma del Padre.
Con amor
Martha Vílchez de Bardales
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