"Pronto una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu maligno se enteró de que Jesús estaba en el pueblo. La mujer llegó hasta él y se postró a sus pies. Ella era griega, nacida en Fenicia, Siria. Le pidió que expulsara de su hija el demonio. Jesús le dijo: Primero hay que dejar satisfechos a los hijos, porque no está bien darles el pan de los hijos a los perros. Pero ella le respondió: Es cierto, Señor. Pero hasta los perros que están debajo de la mesa pueden comer las migajas que dejan caer los hijos. Entonces Jesús le dijo: ¡Qué buena respuesta! Vete tranquila a tu casa, que tu hija ya no tiene ningún demonio. La mujer fue a su casa y encontró a su hija acostada en la cama; y que el demonio había salido de ella." Marcos 7: 27-30
La madre que vemos en la historia de hoy, era una madre desesperada. No hay nada que pueda tranquilizar a una madre que ve a su hijo sufrir. Ella hará lo imposible con tal de encontrar alguna salida. Conozco madres esforzadas que intentan manejar la situación de un hijo en problemas, ellas saben que sólo Dios puede darles esperanza y un fin con propósito verdadero.
Esta madre griega (no sabemos su nombre) lo intentó todo, pero no encontró la solución. En esta historia, sin embargo, podemos descubrir que fue una mujer de gran fe. Ella escuchó de Jesús y apenas supo de su poder, tomó la resolución de enfrentar su tremenda necesidad de la mano del Salvador.
Me llama la atención que Jesús salió de la zona judía de Galilea hacia el puerto marítimo de Tiro, una zona pagana de los gentiles. Fue aquí que esta madre desesperada se postró a sus pies y le suplicó ayuda. Las madres desesperadas hacen cosas desesperadas. Cuando nos arrodillamos clamando a Dios lo hacemos porque tenemos fe.
Pero cada vez que leo la respuesta de Jesús me quedo helada: “Deja primero que se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos.”
La palabra “perrillo” estaría mejor traducida, como cachorro, entonces se leería: "No está bien tomar el pan de los niños y arrojarlo a su cachorro". Jesús no estaba siendo cruel, sino haciendo un punto teológico: su primera prioridad era el pueblo judío.
"Sí, Señor", respondió la mujer, "pero hasta los cachorros debajo de la mesa tienen algunas migajas". En otras palabras, "Lo que estás diciendo es cierto, pero no necesito la comida completa. Bastará con unas pocas migas ". ¿Puedes sentir la fe de esta mujer? Jesús se sorprendió ante la fe de esta mujer y cumplió su pedido. "Mujer", dijo, "¡tienes mucha fe!" La palabra griega es “megˊ-as”, ¡Esta mujer tenía una MEGA fe!
Podemos aprender de las características de la MEGA FE:
La mega fe no niega el problema.
La mega fe no el pensamiento positivo..
La mega fe es realista, reconoce los desafíos, las dificultades, las luchas y los sufrimientos.
La mega fe va directamente a la fuente de bendición, es decir a Cristo Jesús.
Esta era una madre desesperada, que apenas escuchó de Cristo, sintió que sería su salvador, por eso apenas lo vio, cayó a sus pies. A veces las madres creemos que podemos lograr muchas cosas buenas con sólo nuestras propias habilidades y recursos. Tratamos de darles más de lo que tenemos, incluyendo bienes, deleites, risas, y libertad. Pero la gran fe en Dios sabe que más allá de nuestros propios recursos, más allá de lo que hacemos por ellos, en Dios está la fuente de todo poder y bendición: ¡Dios mismo es la respuesta a todo! Hebreos 4: 14-16.
Madres queridas, amigas mías, la mega fe te lanza a los pies de Jesús. La mujer griega de nuestra narración nos muestra un increíble acto de sumisión, ella llevó su angustia a Dios, abandonó todo esfuerzo personal, reconoció que sus intentos no lograron nada.
La mega fe es persistente. Al principio, Jesús la probó al negarle su ayuda, pero ella perseveró. Ella siguió rogando. Su ejemplo me dice que la oración es orar y no desmayar. La oración y la fe deben ser prácticas perseverantes y tienen efectividad cuando abres tu corazón y declaras la palabra de Dios.
Ella fue la primera persona que declaró que Jesús era Kyrios, “Señor”. Cuando ella dijo: “Sí, Señor”, reconoció que estaba al frente de Dios.
Al volver a casa, esta mujer encontró a su hija completamente liberada, el demonio se había ido. La gran fe siempre se ve recompensada con la intervención divina, que llega a través de un milagro o de un mensaje específico de Dios que nos capacita en el camino de la prueba.
Lo hermoso de esta historia no fue la liberación de la niña poseída, sino la fe de su amada madre. Mis amadas amigas, también he visto la sanidad de tres regalos de Dios, mis amadas hijas, por eso, te animo a que perseveres en fe y oración.
Con amor
Martha Vílchez de Bardales
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