“Pero Samuel, aunque era solo un niño, servía al Señor; vestía una túnica de lino como la del sacerdote. Cada año su madre le hacía un pequeño abrigo y se lo llevaba cuando iba con su esposo para el sacrificio. Antes de que ellos regresaran a su casa, Elí bendecía a Elcana y a su esposa diciendo: Que el Señor les dé otros hijos para que tomen el lugar de este que ella entregó al Señor. Entonces el Señor bendijo a Ana, y ella concibió y dio a luz tres hijos y dos hijas. Entre tanto, Samuel crecía en la presencia del Señor.”
1 Samuel 2:18-21
Permítanme continuar con meditaciones sobre algunas madres de la Biblia. Hoy quiero compartirles sobre Ana, la madre de Samuel. Los judíos tienen una categoría de personajes de la Biblia que revela su valor e importancia. Samuel está en segundo lugar después de Moisés entre sus líderes. Tanto el salmista como Dios hablando con Jeremías, clasificaron a Samuel con Moisés como un sacerdote intercesor. Así de importante fue el hijo de Ana.
Samuel tuvo el honor de ser el último de los jueces y el primero del nuevo orden de profetas. Probablemente fue el fundador de una escuela de profetas. Samuel creció en el templo casi al mismo tiempo en que los hijos del profeta Elí ministraron allí, pero a diferencia de Samuel, estos hombres cometieron toda clase de pecados cuando ocupaban el oficio del sacerdocio. El hijo de Ana fue un verdadero siervo de Dios.
Así que Samuel fue un rayo de esperanza para su nación, y creo que esto también ocurrió porque fue la respuesta a una madre que oraba. Ana era una mujer estéril y sufría por esta imposibilidad de ser bendecida, sin embargo nunca se cansó de suplicar y el Señor la escuchó. Ella llamó "Samuel" a su pequeño. Ese nombre significa "oído de Dios" o "hijos de Dios". Ana, en la profundidad y sinceridad de su gratitud, entregó su primogénito a Dios completamente. Ana era una mujer que creía profundamente en Dios.
Creo que Ana se dio cuenta de una verdad muy importante, los hijos no son solo para los padres; son para el Señor. En realidad nada de lo que tenemos realmente nos pertenece totalmente, y esto incluye a nuestros hijos. Nos los han prestado. Por eso es nuestro trabajo ser madres, guías y maestras para capacitarlos para la obra del Señor. Una madre conforme al corazón de Dios sabe tomar las promesas divinas, las hace suyas y no duda que su trabajo en formar discípulos de Cristo, no es en vano. Ana supo formar en poco tiempo a un hombre de Dios.
Después de que nació Samuel, Elcana, el esposo de Ana, fue como cada año a Silo para adorar. Esta vez Ana decidió no ir hasta que Samuel fuera destetado, ella dedicó con amor esos tres primeros años para darle todo el amor que sería la base de su personalidad y servicio a Dios. Ana sabía que estaba formando a Samuel para entregarlo al Señor para siempre. Ana estaba lista a cumplir su promesa.
Muchas personas le hacen promesas a Dios, sólo para olvidarlas una vez que pasa el tiempo. No fue así con Ana. Ella estaba decidida a cumplir su promesa porque sabía que Samuel realmente no le pertenecía de todos modos. Ana no solo se dedicó a ser madre de Samuel, ella se dedicó a formar un hijo que sería totalmente dedicado a Dios. Samuel era el hijo de la promesa.
Llegó el día que Samuel sería entregado, Ana le dijo a Eli: “Mi señor, tan cierto como que usted vive, le juro que yo soy la mujer que estuvo aquí a su lado orando al Señor. Este es el niño que yo le pedí al Señor, y él me lo concedió. Ahora yo, por mi parte, se lo entrego al Señor. Mientras el niño viva, estará dedicado a él” 1 Samuel 1:26-28
No puedo imaginar el sentimiento de Ana en ese momento, ese desprendimiento es para mí algo tan irreal, pero sin embargo si sucedió, ella repitió dos veces la palabra entrego, “se lo entrego al Señor” y “Mientras el niño viva lo entrego a Él” Parecía que Ana estaba repitiendo esto para confirmar su promesa, como si quisiera cimentar su compromiso, “esto lo estoy haciendo ahora y nunca cambiaré de opinión.” Las mujeres de fe cumplen sus promesas. Ana era una mujer de fe inquebrantable.
Ana se desprendió de su hijo deseado, lo entregó al Señor, pero aunque lo dejó en el templo, nunca abandonó su responsabilidad. Cada año ella le hacía una pequeña túnica y se la llevaba cuando subía con su esposo para ofrecer el sacrificio anual. Yo me imagino que ella hacía esas ropas orando por el hijo que las usaría, ella cocía y bendecía a su hijo, le rogaba que fuera sabio, que sea prudente, que no sea impulsivo ni desobediente, y esas oraciones a la distancia fueron efectivas, porque cuando una vez al año lo podía abrazar, sabía en su corazón que su Samuel era un hombre conforme al corazón de Dios. El hijo de Ana creció por las oraciones de su madre.
Ana es un ejemplo de mujer de fe. Ella soportó años de sufrimiento silencioso a causa de su esterilidad y el cruel acoso a manos de su rival, Penina. A pesar de estar tan sometida al maltrato, sin embargo nunca dejó de ir al templo para adorar fielmente, derramando sus lágrimas y peticiones. Por eso cuando Dios respondió sus oraciones, ella cumplió su promesa y después de eso, en vez de regresar a casa a sufrir, se dedicó a alabar al Señor. Ana tenía un corazón adorador.
Queridas madres, debemos hacer nuestra la misión de entregar a nuestros hijos al Señor para toda una vida de servicio dedicado. No hay mayor propósito ni mayor honor que hacer que sus hijos den su vida en servicio rendido al Señor de los Ejércitos.
Al principio de este devocional les hablé sobre los otros jóvenes que crecieron con Samuel, ellos fueron Ofni y Finees, quizá fueron educados para ser sacerdotes, pero no fueron entregados en oración y verdadero amor como Samuel. Es interesante que en ninguna parte se menciona a su madre, y puede ser porque estos hijos de Eli fueron motivos de vergüenza y conocidos por ser completamente pecadores.
Hermanas amadas, queridas madres, ustedes son muy importantes para sus hijos y para el futuro de nuestra nación. Para ser madre de hijos justos se necesita tener primero una verdadera relación con Dios. Si deseas que tus hijos aprendan acerca del Señor, primero ellos deben ver cuánto lo amas tú. Si quieres que tus hijos crezcan en un hogar cristiano, asegúrate de que Cristo esté en tu corazón. Si lo haces, cada día de tu vida entrégalos al Señor, total, le pertenecen a Él.
Con amor
Martha Vílchez de Bardales
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