“Y trajeron el asna y el pollino, y pusieron sobre ellos sus mantos; y él se sentó encima. Y la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino. Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! Cuando entró él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es éste? Y la gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea.” Mateo 21:7-11
Por tres años Jesús había compartido el evangelio de amor, aunque los fariseos habían hecho de todo para obstaculizar la misión, nada detuvo al Señor. La última semana de Cristo como hombre, empezó con la entrada a Jerusalén. El Señor sabía que los líderes religiosos harían su último esfuerzo para arrestarlo, condenarlo, ridiculizarlo, azotarlo y entregarlo a los romanos para ser crucificado. Aún así nuestro Salvador tuvo el valor de no solo entrar a Jerusalén, sino de entrar de la manera más pública posible.
¡Qué diferencia con los años anteriores! Siempre que hizo un milagro mandó guardar prudente silencio, pero ahora, consciente de que su fin había llegado, permitió la alabanza de la multitud:
“He aquí, tu Rey viene a ti, manso, y sentado sobre una asna” Jesús llegó a Jerusalén en humildad, en vez de llegar en un caballo como un general conquistador, llegó en un pollino, Él llegó a Jerusalén como el Príncipe de Paz.
Esta entrada a Jerusalén ha sido llamada el triunfo de Cristo. Verdaderamente era el triunfo de la humildad sobre el orgullo y la grandeza del mundo; de la sencillez sobre la opulencia y la vanidad de los poderosos; y de la mansedumbre y el amor, sobre la ira y la malicia de los fariseos religiosos.
Me conmueven las palabras de Jesús al solicitar el vehículo que usaría: “Diles, si te preguntan que el Señor lo necesita”
El Señor planeó su entrada triunfal, quiso develar el misterio que por tres años había guardado con prudencia, pero para llevar a cabo esta revelación debía llenar la expectativa de su nación y para eso necesitó un pequeño pollino.
Lo necesitaba, como el eunuco necesitaba a Felipe para comprender la escritura, como Saulo de Tarso necesitó de Ananías para entender su misión, y como el Señor nos necesita a ti y a mí para tener el privilegio de ser usados compartiendo el evangelio de Cristo. Dios utiliza instrumentos frágiles para su gloria.
La multitud sintió que el cumplimiento de la profecía era cumplida y gritó alborozada de emoción: ¡Hosanna al Hijo de David! Jesús recibió y ciertamente alentó esta adoración. El Mesías llegó como Salvador a Jerusalén en cumplimiento de la profecía de Daniel.
Cuando entró él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió: Jesús también mostró que no tenía miedo de los principales sacerdotes y los fariseos. Él sabía que ellos conspiraban para matarlo, sin embargo llegó abiertamente a la ciudad como el Mesías.
Pero que dolor es reconocer que las mismas personas que alabaron, unos cinco días después, cambiarían sus hosannas por ¡Fuera, fuera, crucifícale!
Las celebraciones de Semana Santa son muy diferentes a las fiestas de Navidad, pero creo que esto sucede porque muchos nos quedamos con la imagen del Cristo, traicionado, insultado y crucificado, y nadie quiere celebrar la muerte.
Queridos hermanos en Cristo celebremos esta semana santa como la victoria sobre la cruz, Cristo el Redentor que resucitó y ahora está sentado a la diestra del Padre, intercediendo por nosotros. Es cierto que entró a Jerusalén como Rey y luego fue traicionado, pero todo lo preparó Él de antemano porque consumió así el plan de salvación que Él mismo diseñó.
Dios, quien tiene todo planeado, tiene el control de este tiempo también, sigamos compartiendo este evangelio, para esto vivimos, respiramos y somos.
Con amor
Martha Vílchez de Bardales
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