“Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento; antes que se oscurezca el sol, y la luz, y la luna y las estrellas, y vuelvan las nubes tras la lluvia; cuando temblarán los guardas de la casa, y se encorvarán los hombres fuertes, y cesarán las muelas porque han disminuido, y se oscurecerán los que miran por las ventanas; y las puertas de afuera se cerrarán, por lo bajo del ruido de la muela; cuando se levantará a la voz del ave, y todas las hijas del canto serán abatidas”. Eclesiastés 12:1-4
Una encuesta en el Reino Unido informa que la satisfacción por la vida ha descendido totalmente en el ánimo de los jóvenes, pero también ha disminuido su miedo al contagio por estar encerrados en casa. La mayoría de jóvenes entre 18 y 35 años prefieren estar encerrados en sus cuartos, estudian lo mínimo, comen mucho, duermen en el día, se relacionan con otros chicos en las noches, la mayoría de sus amigos están más molestos que ellos, alimentan así sus frustraciones y el círculo de insatisfacción sigue dando vueltas sin parar.
¿Los jóvenes de familias cristianas también pueden caer en el pesimismo y perder la fe? Creo que todos los jóvenes son sensibles como cualquier adulto a sentir que han perdido el control de su vida, por lo tanto la depresión también está a la puerta de las familias cristianas que deben apurarse, para ayudar a esta generación y no perder a los hijos de Dios.
El sabio comienza con un buen consejo que podríamos repetir a nuestros jóvenes: “Acuérdate de tu Creador.”
Para acordarse o hacer memoria, tienes que haber olvidado. Puede ser que lo sorpresivo de la aparición de la pandemia, las consecuencias que trajeron, los números de contagiados y pérdidas, te hayan ensimismado en todo esto y sin haber querido, arrinconaste a Dios.
¿Cómo era la vida de nuestros jóvenes antes de la pandemia?
Es normal que un joven vea la vida como la oportunidad para la distracción, la forma de ganar experiencias nuevas, la oportunidad de gozar de los placeres y satisfacciones de la vida, conquistar nuevas relaciones sociales y demostrar que es parte de una generación dinámica y competente, pero de pronto todo el mundo se detuvo, y este joven quedó atrapado en un encierro que cortó todas sus posibilidades.
“Anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios”
Hoy hay muchos jóvenes molestos porque se les ha cortado la satisfacción de su libertad, a ellos hay que ayudarlos a recordar que uno puede vivir de acuerdo a su corazón, pero no se debe pensar que el corazón y los ojos serán su propio juez. Hay un Dios en el cielo que sobre toda tu vida y obras te juzgará.
La vida no se vive únicamente para esta vida, sino también para la eternidad, sabiendo que el bien será recompensado y el mal será condenado perfectamente por Dios.
Ten siempre presente a tu Creador mientras eres todavía joven, antes de que llegue el momento en que el sol, la luna y las estrellas se oscurezcan para ti, y te lleguen los problemas una y otra vez como una tormenta tras otra.
Salomón sabía que la juventud es aquel grupo que más a menudo no toma en cuenta la realidad de la eternidad y de un Dios eterno. Pero en los hogares cristianos donde hay un padre temeroso de Dios y una madre de oración, la responsabilidad de hacerle recordar a los hijos sobre dar cuentas al Señor es una tarea ineludible.
Los jóvenes deben saber que no se pertenecen a sí mismos, Dios es su Creador.
Los jóvenes deben recapacitar sobre los hechos que Dios permite, y aprender de ellos.
Los jóvenes deben discernir en las cosas que escuchan de sus amigos molestos y no caer en la misma amargura
Los jóvenes deben ser influencia para bien y no fracasar dejándose llevar por la duda.
Los jóvenes pueden tener contentamiento y esperanza que Dios tiene proyectos para ellos, que se cumplirán.
Como en la juventud todas las fuerzas son más activas y vigorosas, oremos que los jóvenes encuentren en el Señor y el servicio a Él su realización y paz.
Con amor,
Martha Vílchez de Bardales
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