“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” Efesios 2:4-10
Ayer leí un tweet que me dio pena, refiriéndose a los dos equipos que jugaron el repechaje para ir al mundial: “Los dos equipos son indignos de ir a Catar, ninguno juega bien”. No reconozco a esta persona, pero seguramente debe saber mucho de fútbol para juzgar sobre la capacidad de los equipos. ¿Quién es lo suficientemente merecedor de ser elogiado como digno o capaz de tener honra?
En el texto que hoy me toca meditar encontré nuevamente la palabra “digno”, “jikanos” en griego, significa “suficiente, competente”. Otra palabra traducida “digno” en Hechos 13:46, “axios'', significa merecedor. En ambos casos “indigno” es lo opuesto, significa entonces: insuficiente, incompetente, defectuoso, inadecuado o que no merece nada.
Encontré otros textos que hablan de quienes son calificados como indignos:
Deuteronomio 13:13 “que han salido de en medio de ti hombres impíos (indignos) que han instigado a los moradores de su ciudad, diciendo: Vamos y sirvamos a dioses ajenos, que vosotros no conocisteis.”
Jueces 9:4 “Y le dieron setenta piezas de plata de la casa de Baal-berit, con las cuales Abimelec tomó a sueldo hombres indignos y temerarios que lo siguieron.
1 Samuel 2:12 “Los hijos de Elí eran hombres indignos; no conocían al Señor”
2 Samuel 23:6 “Mas los indignos, todos ellos serán arrojados como espinos, porque no pueden ser tomados con la mano”
Romanos 1:31-32 “Necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no solo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican.”
Pablo nos dice que no somos justos (dignos) en nosotros mismos pero Dios nos hace justos (dignos) por medio de Cristo Jesús. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” 2 Corintios 5:21.
Aquel que es considerado indigno sólo puede ser receptor de honor por la sangre de Jesucristo que nos limpia de todo pecado.
Antes de ser salvos éramos indignos porque vivíamos sometidos a los deseos de nuestra carne, nuestras prioridades eran egoístas y avaras, consecuencia de esa vida es que el pecado mató nuestra inocencia, nos creó un sentimiento de distanciamiento entre nosotros y Dios, endureció nuestro corazón para no tener conciencia de pecados. Finalmente este sentimiento nos hizo vivir como oprimidos por la culpa. Pero Jesús mirando nuestra indignidad, comenzó quitando esa sensación de culpabilidad y nos dijo que no importa cómo seamos, la puerta está abierta a la presencia de Dios.
Veamos un ejemplo más para entender qué pasa con los que somos llamados “indignos”. Cuando un hijo hace algo vergonzoso y trae dolor en su familia, se escapa de su casa, se va porque esta seguro de que no tiene sentido volver a su casa, porque la puerta se cerró para él. Pero de pronto alguien le avisa a este hijo perdido que la puerta se ha abierto y le espera una bienvenida de perdón y amor de toda su familia. ¡Qué diferencia hará esa esa noticia para este hijo indigno! Eso fue precisamente la noticia que Jesús trajo a todos los que no merecíamos nada. El Señor vino a quitarnos el sentimiento de desprecio y de culpa, para decirnos que quiere perdonarnos y quitarnos las cadenas de pecado y maldad.
¿Sabías que el pecado mata la esperanza y nos encadena a la resignación? En cambio la gracia de Jesucristo reaviva los ideales y la fe y nos anima a seguir sirviendo y haciendo el bien con amor. Sólo Jesucristo revive y restaura la voluntad perdida. Por eso debemos meditar en la Palabra cada día para volver a sentir el perdón y la Gracia Divina, lavando nuestra condición de pecadores. Pero si no meditas en la Palabra corres el peligro de sentirte digno en tus propias fuerzas.
Nosotros hemos sido elegido para llevar a cabo la obra de Dios. Hay muchas buenas obras que esperan ser puestas a la acción, En nuestra indignación podemos encontrar perdón para ser instrumentos de Dios.
Con amor
Martha Vílchez de Bardales