“Él entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio. Y volvió al varón de Dios, él y toda su compañía, y se puso delante de él, y dijo: He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel. Te ruego que recibas algún presente de tu siervo.” 2 Reyes 5:14-15
Sigo pensando en todos los motivos que tengo para ser agradecida con Dios. Es bueno reflexionar en las cosas buenas que hemos recibido del Padre para no convertirse en personas ingratas y malhumoradas.
Pensando en la gratitud recordé que cuando era muy pequeña en la Escuela Dominical me enseñaron la historia de Naamán, este general del ejército del Rey de Siria que recibió sanidad de una terrible enfermedad, la lepra. Cuando crecí y fui maestra enseñé con más profundidad sobre este comandante valeroso que había traído muchas victorias a su País.
Creo que la enseñanza más valiosa que me inculcaron sobre esta historia, es notar la transformación de un hombre orgulloso y autosuficiente a un hombre humilde y agradecido
Naamán tenía mucho para sentirse orgulloso, la admiración de su ejército, la fama bien lograda en el campo de batalla, el reconocimiento del rey, pero todo lo que podía ser motivo de placer, se desvanecía por la enfermedad incurable que lo atormentaba. No importaba qué tan buena y exitosa fuera la vida de Naamán, él era un leproso.
Gracias a la pequeña joven cautiva, se enteró que su sanidad dependía de conocer al profeta, así que sin mucho dudarlo fue en busca de Eliseo, pero éste varón de Dios, no sólo no quiso recibirlo sino que además le dio una orden incomprensible para su mente altiva. Tendría que bañarse en el Jordán siete veces seguidas y encontraría la salud esperada.
Como vimos desde el principio, Naamán era muy orgulloso, cuando fue a ver a Eliseo, hubiera querido que este judío vaya a servirlo como si fuera su empleado, pero Eliseo sólo dio una orden, y encima el profeta, en vez de sanarlo con algún acto milagroso, lo mandó a bañarse sólo en el río.
Cuando estamos tan seguros de nosotros mismos, Dios permite que esa autosuficiencia se vea golpeada para que reconozcamos que no somos nada, ni podemos obtener nada, sin Dios.
Conforme a la palabra del varón de Dios: Naamán hizo exactamente lo que Eliseo le dijo que hiciera. Creo que cada zambullida en el Jordán fue un paso de fe para este hombre, así aprendió a confiar en la palabra de Dios a través del profeta. Y entonces su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio. La respuesta de fe de Naamán fue generosamente recompensada. Dios respondió su fe con un milagro de sanidad total.
Después de sentirse y verse totalmente limpio de la enfermedad, el general reconoció que fue Dios quien hizo su obra perfecta, entonces llamó a todo su ejército para que lo acompañara a ver el profeta:
“Y volvió al varón de Dios, él y toda su compañía, y se puso delante de él, y dijo: He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel. Te ruego que recibas algún presente de tu siervo.”
Así como el leproso samaritano regresó a dar gracias, aunque fue el único de los nueve que fueron sanados, Naamán volvió donde Eliseo, pero no regresó sólo trajo a todos sus soldados con él, creo que quería que ellos también reconocieran al Verdadero y Único Dios.
Una muestra añadida de su gratitud fue que trajo presentes como vestidos, plata, etc. Le dijo al profeta: “Te ruego que recibas algún presente de tu siervo”
¿Por qué hizo eso Naamán? Creo que además de gratitud a Dios, él sintió que era apropiado apoyar el ministerio de este hombre de Dios a quien Jehová había usado grandemente para traer sanidad. Naamán reconoció que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel y también reconoció a su profeta como verdadero siervo de Dios.
Sabemos que Eliseo no quiso recibir nada del general, pero podemos aprender que este hombre que recibió sanidad supo ser agradecido.
Cuando nos convertimos en cristianos y nos hicimos miembros de una iglesia local, llegamos con la expectativa de aprender, cambiar de vida, servir al Señor, pero sucede que algunos de estos creyentes cambian de actitud con el tiempo y se vuelven cristianos demandantes, exigentes, críticos y celosos cuando otros alcanzan mayor posición. Cuando estos sentimientos carnales dominan a ese creyente, se va de la iglesia, deja de ser agradecido, y va en la búsqueda de otras congregaciones que le den lo que busca. Así fue Naamán. Él quería que lo traten como se merecía, que lo reconozcan como héroe y hombre de fama y grandeza. Pero Dios tenía mejores planes para él.
Mi hermano amado, la obediencia y humildad son rasgos de un creyente agradecido. Empieza a recordar todo lo que Dios te ha dado y empieza a alabar al Señor, si renuncias al orgullo, obedeces la palabra, la alabanza de gracias saldrá de tu corazón como ofrenda grata ante el trono de Dios.
Con amor
Martha Vílchez de Bardales
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