"Las siguientes naciones son las que el Señor dejó a salvo para poner a prueba a todos los israelitas que no habían participado en ninguna de las guerras de Canaán. Los israelitas vivían entre cananeos, hititas, amorreos, ferezeos, heveos y jebuseos. Se casaron con las hijas de esos pueblos, y a sus propias hijas las casaron con ellos y adoraron a sus dioses. Los israelitas hicieron lo que ofende al Señor; se olvidaron del Señor su Dios, y adoraron a las imágenes de Baal y de Asera. El Señor se enfureció contra Israel a tal grado que los vendió a Cusán Risatayin, rey de Aram Najarayin, a quien estuvieron sometidos durante ocho años. Pero clamaron al Señor, y él hizo que surgiera un libertador, Otoniel hijo de Quenaz, hermano menor de Caleb. Y Otoniel liberó a los israelitas. El Espíritu del Señor vino sobre Otoniel, y así Otoniel se convirtió en caudillo de Israel y salió a la guerra. El Señor entregó al rey de Aram, en manos de Otoniel, quien prevaleció sobre él. El país tuvo paz durante cuarenta años, hasta que murió Otoniel hijo de Quenaz." Jueces 3:1, 5-11
Israel ya estaba en la tierra prometida, pero no hizo todo lo que Dios le pidió, en vez de guardarse fiel al Dios que los liberó, se dejaron influenciar por los cananeos, empezaron a seguir sus costumbres, y hasta se unieron a ellos formando familias y adorando sus dioses.
Por lo tanto Dios dejó estas naciones cananeas porque Israel no fue fiel en cuanto a echarlas. Fue una combinación tanto de la voluntad terca de un pueblo ingrato como de la voluntad permisiva de Dios.
Dios podía desaparecer a esos idólatras cananeos sin ninguna ayuda de los ejércitos de Israel, pero los dejó allí, y lo permitió por una razón. Para “probarlos”. ¿Qué quería probar el Señor? La fidelidad de su nación elegida. Pero también debían quedar los cananeos porque Israel tenía que aprender a luchar. Para ser un guerrero es necesario enfrentar al enemigo.
Israel estuvo en un ambiente hostil por la mayor parte de su historia, debido a su posición estratégica entre las sucesivas potencias mundiales de Asiria, Babilonia, Persia, Grecia y Egipto por otra parte, por ello tenía que ser una nación reconocida también por sus proezas militares guiadas por el Señor como Capitán.
En estos tiempos de pandemia los cristianos hemos aprendido a hacer guerra espiritual, luchando contra el miedo, el fracaso, la impotencia y todo sentimiento de fracaso que se siente en el ambiente. Es verdad que a nadie le gusta batallar en contra del pecado, pero la batalla es buena para nosotros. El símbolo del Cristianismo es una cruz, no una almohada de plumas.
Bendito sea el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para la guerra, mis dedos para la batalla. Salmo 144:1
Pelea la buena batalla de la fe; haz tuya la vida eterna, a la que fuiste llamado y por la cual hiciste aquella admirable declaración de fe delante de muchos testigos. 1 Timoteo 6:12
Pero los israelitas perdieron muchas batallas porque se mezclaron con mujeres impías que los condujeron a abandonar al Dios de sus padres. Hermano en Cristo, la batalla que enfrentamos no es declarar la derrota del virus, sino dar esperanza y enfrentar el miedo, con información precisa y aliento a través de nuestra fe. Es mantener a la comunidad de creyentes en permanente actitud de adoración, si necesario, a través de mensajes, teléfono y en línea. Y es expresar la compasión y el cuidado de Dios a la gente afectada sin críticas ni sermones del castigo divino, sino mostrando a un Dios Compasivo y lleno de Misericordia.
Sigamos el ejemplo de Otoniel y prediquemos el mensaje de liberación y salvación. Aún en medio del dolor este juez fue usado para traer paz. Adelante con la tarea en el Señor
Con amor
Martha Vílchez de Bardales
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