“Si no me ayudara Jehová, pronto moraría mi alma en el silencio. Cuando yo decía: Mi pie resbala, tu misericordia, oh Jehová, me sustentaba. En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma.” Salmo 94:17-19
Ayer encontré mucha información sobre el “Síndrome del corazón roto” y me llamó la atención cómo una tristeza profunda, una situación estresante, o algo que provoque una emoción extrema puede provocar que todos los síntomas de un infarto se produzcan en la persona que sufre. El síndrome del corazón roto es entonces una afección cardíaca temporal que a menudo es provocada por una emoción fuerte.
Hace poco conversando con una persona que me manifestaba una enorme frustración con toda su vida y su entorno, me hizo sensible a esta necesidad que la sufren tanto viejos como jóvenes, inconversos como cristianos maduros. Para la medicina no hay un remedio para estos corazones rotos, ellos dicen que no hay un tratamiento estándar para el síndrome del corazón roto. Entonces el tratamiento es similar al tratamiento para un ataque cardíaco hasta que el diagnóstico sea claro. La mayoría de las personas con el corazón herido permanecen en el hospital mientras se recuperan.
Creo que el Salmo que hoy comparto con ustedes nos abre una ventana para observar los síntomas de un corazón herido. En este capítulo el salmista pasó por muchos momentos donde más de una persona intentó romper su corazón, por lo tanto eso lo llevó a concluir que debía entender sus limitaciones, pero también que habrían personas y circunstancias que él no iba a poder cambiar. Esta no fue una actitud de resignación, sino un acto de fe, porque aprendió a darle a Dios todas sus emociones quebradas.
El salmista pasó por muchos momentos de aflicción, por eso podemos aprender de él cómo buscó la ayuda de Jehová: “Si el Señor no me hubiera ayudado, pronto me habría quedado en el silencio de la tumba.” Puedes decirlo con tus propias palabras: “Si no hubiera tenido un Dios a quien podría haber ido, si mi mente no se hubiera dirigido a Él, si no hubiera encontrado en Él un refugio y una fuerza, me habría desesperado por completo. No había otro a quien pudiera acudir; no había nada más que la ayuda de Dios en la que podía confiar.”
Los que padecen del corazón roto afirman que están al borde de perder toda esperanza e incluso de perder la vida, y lo mismo sintió el salmista porque cuando dijo: “Mi alma casi había habitado en silencio” el original es: “faltaba poco para que muriera; un poco más de presión, un poco más de sufrimiento, un poco más de tiempo y me habría llevado a la tierra del silencio, a la tumba donde yacen los muertos. Las personas con el corazón acongojado tienen muchos motivos para alimentar su pena, y nosotros no debemos juzgar si están o no equivocados, por eso el salmista nos ayuda a identificar cuán grave se siente alguien cargado de angustia.
Por favor noten cuán profunda fue la emoción del autor de este salmo: “Cuando dije: Mi pie resbala, ya no puedo estar de pie”. Ya no tenías fuerzas, todas sus ganas de vivir se habían ido; quería hundirse en la tumba, entonces, estando en ese precipicio emocional, Dios se interpuso: ¡Tu misericordia, oh Señor, me sostuvo! Por tu misericordiosa intervención me guardaste de caer.
¿Con qué frecuencia en tu propia vida has llegado a pensar así, a sentirte así? Cuando estamos a punto de hundirnos; cuando nuestra fuerza casi se había ido; cuando una presión un poco más severa nos hubiera llevado a la tumba, ¡Dios por su misericordia y su poder se interpuso y nos salvó! Tenemos que reflexionar y aceptar que cada acto de misericordia, cada nueva intervención divina es un nuevo don de vida, y nos obliga a vivir como si fuéramos recién creados, porque es una nueva oportunidad y mucha más vida que Dios nos da.
Pero continuemos con los síntomas del corazón herido, dijo el salmista: “En la multitud de mis pensamientos, dentro de mí tus consuelos deleitaron mi alma”
En otra traducción dice: “En mis muchas preocupaciones". La idea parece ser que en la gran cantidad de pensamientos que pasaron por su mente, la mayoría de ellos desconcertantes, ansiosos, agobiantes, tantos de ellos vanos y sin provecho, tantos de ellos que parecían ir y venir sin ningún objetivo u objeto, había una promesa que le daba consuelo, eran las promesas que Dios le dio. En esas verdades encontró calma y paz.
Mi querido lector por mucho que pudieras estar perturbado por pensamientos de resignación y dolor, puedes encontrar descanso y paz en Dios, en su carácter, en su Amor, y en su plan perfecto para ti, sólo en la Palabra encontrarás una fuente inagotable de consuelo a cualquier problema. Porque Dios era un refugio infalible; y cuando meditamos en todo lo que es Él, esta perfección tranquiliza la mente, sosiega el alma y sana el corazón.
Con amor
Martha Vílchez de Bardales
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