“ Escucha, Jeremías: Este mensaje que nos has dado de parte de Dios, no lo vamos a obedecer. Al contrario, vamos a seguir haciendo lo que nos da la gana, tal como lo hicieron nuestros antepasados, nuestros reyes y nuestros funcionarios. Seguiremos adorando a nuestra diosa, la Reina del cielo, y le ofreceremos incienso y vino. En realidad, cuando lo hacíamos, teníamos mucha comida y no nos faltaba nada ni nos pasaba nada malo. En cambio, desde que dejamos de hacerle ofrendas de incienso y vino, nos ha faltado de todo, y la guerra y el hambre nos están matando. Las mujeres dijeron: —Nuestros esposos sabían muy bien lo que estábamos haciendo. Sabían que nosotras adorábamos a la Reina del cielo, y que le ofrecíamos incienso y vino, y panes que tenían su imagen. Yo les contesté: —¿Y acaso creen que Dios no lo sabía? Al contrario, Dios sabía muy bien que ustedes y sus antepasados, sus reyes y funcionarios, y todo el pueblo, adoraban a otros dioses. Pero llegó el momento en que Dios ya no aguantó más. Y no aguantó, por la forma en que ustedes actuaban y por las cosas asquerosas que hacían. Por eso su país se convirtió en un desierto horrible, en un montón de ruinas donde nadie vive. La ciudad es un ejemplo de maldición para todos sus vecinos. ¡Y esto es así, hasta el momento de escribir esto!” Jeremías 44: 16-22
Como meditamos en Jeremías 42 y 43, los capitanes del remanente de los judíos guiaron a todos los que pudieron a Egipto, incluso en contra de su voluntad y del mandamiento de Dios. A Jeremías también lo llevaron a la fuerza, entonces el profeta se puso de pie para darles una palabra severa a ese pueblo obstinado.
Les recordó que todo el mal que estaban padeciendo era la consecuencia de la maldad de ellos, en especial la idolatría. Sin embargo a pesar que todas las advertencias se cumplieron, estos refugiados de Mizpa no aprendieron nada y continuaron con la idolatría a la “Reina del cielo”.
Jeremías habló las palabras de Dios que parecían una queja: ¿Por qué hacéis tan grande mal contra vosotros mismos, para ser destruidos el hombre y la mujer, el muchacho y el niño de pecho de en medio de Judá, sin que os quede remanente alguno haciéndome enojar con las obras de vuestras manos, ofreciendo incienso a dioses ajenos en la tierra de Egipto?
Si uno de tus seres amados comete la misma falta reiteradamente, a pesar de que lo has corregido más de una vez seguramente te preguntarás, ¿Por qué sigue haciendo lo mismo? ¡El daño es contra sí mismo! Así es el pecado cuando le das lugar en tu vida, te sigue destruyendo sino te arrepientes y te apartas del mal. Dios parecía no creer que su nación elegida fuera tan necia como para seguir rebelándose contra su voluntad.
Los que se cobijaron en Egipto, muy pronto se adaptaron a esa nación pagana, hasta el punto de ofrecer incienso a sus dioses, es que Judá no cambió su corazón, así como adoptó como suyos a los ídolos de los cananeos, ahora que fueron a Egipto muy rápidamente se convirtieron a esa religión.
Jeremías fue claro y les demostró cómo habían caído bajo la seducción de esos ídolos de mentira, pero ante esta verdad contundente, las mujeres se resistieron a seguir escuchando y gritaron, “no te oiremos”
“La palabra que nos has hablado en nombre de Jehová, no la oiremos de ti; sino que ciertamente pondremos por obra toda palabra que ha salido de nuestra boca, para ofrecer incienso a la reina del cielo, derramándole libaciones, como hemos hecho nosotros y nuestros padres, nuestros reyes y nuestros príncipes, en las ciudades de Judá y en las plazas de Jerusalén, y tuvimos abundancia de pan, y estuvimos alegres, y no vimos mal alguno. Mas desde que dejamos de ofrecer incienso a la reina del cielo y de derramar libaciones, nos falta todo, y a espada y de hambre somos consumidos.”
Estas personas estaban convencidas que Dios no era su Ayudador, habían caído tanto en la superstición que se convencieron más bien que ese ídolo era su protector. ¿Por qué razón la gente huye del Dios vivo y busca sustituirlo con cualquier cosa que les guste más? Así como les sucedió a Adán y Eva que sucumbieron al tentador y creyeron que no necesitaban a Dios, el día de hoy es lo mismo por eso la gente convierte en su dios al trabajo, los placeres, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida.
La Biblia nos enseña que la idolatría se extiende más allá de la adoración de imágenes y dioses falsos. Es una cuestión del corazón, asociada con el orgullo, el egocentrismo, la codicia, la gula (Filipenses 3:19) y el amor por las posesiones (Mateo 6:24). La idolatría desafía la soberanía de Dios e intenta ofrecer una explicación alternativa a los problemas de la vida. Que Dios nos ayude a identificar esos ídolos para echarlos fuera de nuestra vida.
Con amor
Martha Vílchez de Bardales
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