“He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo. Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!” Santiago 3: 3-5
Leí sobre el significado de poner freno en la boca del caballo y resulta que es uno de los temas más importantes, pero menos explorados y tenidos en cuenta, el freno o filetes son colocados dentro de la boca del animal para manejarlo o conducirlo donde quiere el jinete. Estos filetes ejercen fuerza sobre las partes sensibles del animal y lo dominan totalmente.
En cuanto al timón de un barco, este es un componente elemental en cualquier embarcación, es el encargado de la maniobra de la nave, este timón abarca un gran número de diseños, formas, dimensiones y funciones, pero su principal objetivo es maniobrar el barco al deseo del piloto.
En ambos casos los dispositivos que se usan para controlar son pequeños comparados con un caballo y un barco, por lo tanto la comparación que hace Santiago es como si hubiera dicho:
Al caballo podemos dominarlo, y hacer que nos obedezca, si le ponemos un freno en la boca. Algo parecido pasa con los barcos. Por grande que sea un barco, y por fuertes que sean los vientos que lo empujan, el navegante puede controlarlo con un timón muy pequeño. Y lo mismo pasa con nuestra lengua. Es una de las partes más pequeñas de nuestro cuerpo, pero es capaz de hacer grandes cosas.
Ponemos frenos en la boca de los caballos para que nos obedezcan, por eso aunque se amargue, se quiera rebelar o tirarnos al piso, finalmente terminará dominado por el freno. Se puede revertir la voluntad del animal con el pequeño freno.
También los barcos, que aunque son tan grandes, tan grandes y pesados, y son empujados con frecuencia por vientos feroces que parecen irresistibles, sin embargo, se desvían hacia la derecha o hacia la izquierda; con un timón muy pequeño.
De igual modo, si nosotros tenemos control sobre nuestra lengua, es un indicio de que tenemos control sobre nosotros mismos. Cualquiera que pueda controlar la lengua puede refrenar todo el cuerpo.
Cuando Miguel y yo éramos jovencitos, usábamos los ojos, y sobre todo, si estábamos sentados juntos, cualquier parte de nuestros miembros para tocarnos levemente si estaba alguno hablando de más. Este toque significaba, “no digas eso”, “sé más compasivo”, “no lo juzgues”, “sé más breve”, “ten paciencia”, “no lo interrumpas”, etc.
Este pequeño toque funcionaba como freno, igual que el freno del caballo o el timón del barco, es que algo tan pequeño como la lengua puede tener un tremendo poder, ya sea para el bien o para mal.
No resuelves la actitud de un caballo terco encerrándolo de por vida, y un barco pierde su propósito si se queda atado en el muelle, ambos tienen que seguir funcionando, igual, no manejas una situación confusa quedándote eternamente en silencio, los votos de silencio no son la respuesta final para dominar la lengua.
Santiago nos señala que el Espíritu de Dios, puede obrar poniendo riendas y guía para hablar lo que conviene. Porque no hacerlo así es pecar con la boca y encender fuegos que queman, hieren, humillan y maldicen, y esto no es algo que un hijo de Dios debe permitir. El fuego de la lengua ha sido usado para quemar mucho. El dolor amargo de una palabra hablada en contra de nosotros puede durar toda una vida, mucho más de lo que dura un hueso en sanar.
Lo que otros nos dicen y lo que nosotros les decimos a otros puede durar toda una vida, para bien o para mal. El sarcasmo, los insultos, las calumnias hieren mucho, casi de por vida, por eso hagamos caso de Santiago y pidamos al Espíritu Santo que use ese freno espiritual para que en vez de maldecir, bendigamos siempre. Amén.
Con amor
Martha Vílchez de Bardales
コメント