"Jefté galaadita era esforzado y valeroso; era hijo de una mujer ramera, y el padre de Jefté era Galaad." Jueces 11:1
Todos nosotros, hemos tenido una historia que fue tejida cuando no teníamos el poder para cambiar nada. Cuando quieres saber quiénes fueron tus bisabuelos, qué hicieron, quizá te encuentras con historias que no quieres que salgan nunca a la luz. Pero estas historias no sólo se originaron en el pasado lejano, hay creyentes que conocieron la salvación siendo ya adultos y por eso, siendo conscientes de las malas decisiones que tomaron prefieren ocultar su pasado tormentoso, o episodios que dejaron una huella que todavía los avergüenza.
Estos creyentes dicen por ejemplo: “Si hubiera conocido a Cristo en mi juventud nada de esto me hubiera ocurrido” O “Si hubiera hecho caso y no fuera tan terco. tan diferente habría sido mi vida”. Del pasado se aprende, se recuerda lo bueno con alegría y se recuerda lo malo para reflexionar, aprender y perdonar.
Jefté es un ejemplo de lo que Dios puede hacer, como en efecto lo ha hecho en la vida de todos nosotros cuando lo conocimos. Dios cambió su pasado. Este hombre esforzado y valeroso tuvo un trasfondo muy turbio. Su madre fue una ramera, una prostituta pagana común. Cualquiera diría que nació con la marca de una maldición imborrable, pero Dios cambia por completo su historia y por eso en Hebreos once, su nombre está escrito como un héroe de la fe.
Jefté fue un hombre rechazado, sus hermanos de padre lo tuvieron como un bastardo, un hijo ilegítimo y sin nombre ni honor, aún así, Dios utilizó y bendijo a Jefté. Esta es una prueba fehaciente, que lo que los hombres consideran como atributos necesarios para ser dignos, pueden ser simples pretensiones humanas, porque lo que Dios mira es el corazón.
Las cosas que nosotros enfatizamos como requisitos no siempre son impuestas por el Señor. Jefté no fue responsable del pasado de su madre, no fue responsable de la relación que tuvo su padre con ella, así que Dios no lo descalificó. El Señor lo levantó, le dio su Espíritu, y lo usó para liberar a su pueblo en la hora de necesidad.
Dios usó en efecto a Jefté (por favor lea todo el capítulo) sin embargo, hizo algo que Dios no le pidió que hiciera. En un momento de arrebato, hizo una promesa que no era necesaria, quizá pensó que tenía que darle algo a Dios para que este le ayudara.
“Y Jefté hizo voto a Jehová, diciendo: Si entregares a los amonitas en mis manos, cualquiera que saliere de las puertas de mi casa a recibirme, cuando regrese victorioso de los amonitas, será de Jehová, y lo ofreceré en holocausto.”
Este fue un voto necio. No hay una indicación bíblica que nos enseñe que debemos ofrecerle algo al Señor para que acceda a nuestra solicitud. Por eso cuando escucho de predicadores que piden dinero a la gente diciendo que si dan a su causa serán ricamente prosperados, o de personas que ponen precios altísimos y lucran enriqueciéndose, usando la Palabra que debiera ser gratuita, me molesta.
Las únicas condiciones que Dios nos enseña en su palabra es arrepentimiento y temor a Él. No hay necesidad de sobornar la ayuda de Dios, como Jefté lo hizo, con su promesa apresurada. Dios nos oye y accederá a escucharnos si tan sólo nuestro camino está ordenado y correcto delante de Él.
Jefté hizo un voto necio y desgraciadamente la consecuencia de su falta de prudencia cayó sobre su única descendiente, su amada hija:
“Y cuando él la vio, rompió sus vestidos, diciendo: ¡Ay, hija mía! en verdad me has abatido, y tú misma has venido a ser causa de mi dolor; porque le he dado palabra a Jehová, y no podré retractarme!
Jefté quizá pensó que quién saldría a recibirlo sería una vaca o un toro, pero no se imaginó que saldría su única hija. Comentaristas dicen (y les creo) que Jefté no ofreció un sacrificio con fuego, si hubiera hecho eso de sacrificar a su hija en un sacrificio humano, no estaría en la relación de los héroes de la fe.
Pero esto me enseña que si hago un voto necio, una promesa arrebatada por un ímpetu emocional, es mejor asumir el error y romper ese compromiso. Por ejemplo, si una joven se ha comprometido en casamiento, pero se da cuenta que no ama a ese hombre, es mejor cortar una relación que podría ser dañina y traer peores consecuencias. Otro ejemplo, si has prometido sostener económicamente a alguien que no es tu familia principal, diste un voto de fidelidad quizá cuando no tenías esta carga familiar, pero ahora no puedes cumplir, es mejor decir la verdad que amontonar deudas que no podrás cumplir.
Eclesiastés 5:1-2 y 5:4-6 habla del peligro de hacer votos necios. Este pasaje pone en claro que es mejor el no hacer un voto que el hacer un voto necio. Esto no significa que los votos sean malos. Más bien significa que las promesas son palabras que deben ser honradas y tomadas en serio.
“Ella entonces le respondió: Padre mío, si le has dado palabra a Jehová, haz de mí conforme a lo que prometiste, ya que Jehová ha hecho venganza en tus enemigos los hijos de Amón. Y volvió a decir a su padre: Concédeme esto: déjame por dos meses que vaya y descienda por los montes, y llore mi virginidad, yo y mis compañeras.”
La hija de Jefté nunca conoció varón. Fue apartada para el servicio del tabernáculo, de acuerdo con el principio de Levíticos 27:2-4, donde las personas apartadas para Dios en un voto no eran requeridas a ser sacrificadas (como lo eran los animales) sino que eran “dados” al tabernáculo en su valor monetario. Es sorprendente como esta muchacha respetó el compromiso que su padre hizo, aunque le costó su completa felicidad.
Jefté tenía todo en contra para ser un hombre maldecido y sin felicidad, pero Dios lo convirtió en un hombre valiente y esforzado. Jefté tuvo un origen vergonzoso, el único hijo despreciado por sus otros hermanos que lo llamaron bastardo, pero Dios lo usó para salvar a la nación. Jefté pudo terminar feliz y con una nueva genealogía de hijos temerosos de Dios, pero una imprudencia lo encaminó a limitar el futuro de su única hija, quien a pesar de acabar sus días como sierva en el templo, no alcanzó la realización de su vida.
Que Dios nos ayude a no sentirnos atados a un pasado vergonzoso, pero que seamos sensatos a la hora de hacer promesas.
Martha Vílchez de Bardales
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