Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Isaías 9:6.
Estos versos los aprendí de muy niña, no sólo los repetía mi padre en Navidad, en el sermón del culto navideño, no sólo colgaban de un cuadro puesto en la sala, no sólo estaban resaltados en la Biblia de su mesita de noche, estos versos fueron grabados en mi mente porque cada palabra expresaba y todavía hoy sigue revelando más que nunca los rasgos perfectos de mi Salvador.
“Porque un niño nos es nacido” ¡Qué increíble misterio! No hay nada más débil, más ingenuo, ni más dependiente que un niño. Teóricamente, el Mesías pudo haber llegado como un hombre adulto, creado como un adulto tal y como Adán fue creado. Pero para que Jesús se identificara completamente con la humanidad, y para demostrar en su vida la naturaleza de servicio que está en Dios, se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres (Filipenses 2:7).
Este niño sería un hombre, pero más que un hombre. Él también es el eterno Hijo de Dios, la segunda persona de la trinidad. Teóricamente, el Mesías no tenía que ser Dios. Pudo haber sido un ángel sin pecado, o simplemente un hombre perfecto como Adán. Pero en realidad, ninguna de esas dos opciones hubiera calificado al Mesías para ser nuestro salvador y sumo sacerdote como Jesús lo es. El hijo tenía que ser dado para salvar a la humanidad.
¡Qué gloriosa verdad! Necesitábamos un perfecto e infinito ser para ofrecer un perfecto, e infinito pago por nuestros pecados. Necesitábamos a Emanuel, Dios con nosotros. La profecía nos da los aspectos del carácter del Mesías, estas características describen quien es Él y qué es lo que vino a hacer. Observemos ahora los nombres que se le dieron al Señor.
Admirable. Ahora, este no es un adjetivo. Este Su nombre. En el libro de Jueces 13:18 vemos al Cristo antes de su encarnación, apareciendo como Capitán de los ejércitos del Señor. Y allí leemos: El ángel del Señor respondió: ¿Por qué preguntas por mi nombre, que es un nombre Admirable?"
En Mateo 11:27 el Señor Jesús dijo: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre". El pueblo no le conocía, pero Él era Admirable, y el pueblo aun no lo conoce en la actualidad. Y hay cristianos que han confiado en Él como Salvador, pero realmente no saben cuan admirable El es.
Mi Señor es Admirable, En Jueces 13:18 dice “El ángel del Señor respondió: ¿Por qué preguntas por mi nombre, que es un nombre Admirable?” Nuestro Salvador es digno de ser alabado por su admirable grandeza. Todos hemos estado sumidos en el miedo e incluso la admiración ante la enfermedad que azotó el mundo, pero tenemos que dejar de mirar la plaga como si fuera superior a Dios. Dios es más Grande y el único digno de ser admirado por todos. Como cristianos nunca debemos dejar de admirarnos por su inmensa bondad y paciencia con nosotros, pero cuando lo dejas de admirar, tu fe se vuelve vacía y el amor desaparece.
Su nombre es Consejero. Nuestro Señor nunca buscó consejo de hombres, en Romanos 11:34 dice: Porque, ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? Pero Cristo sí es nuestro consejero perfecto, él tiene la respuesta para cada preocupación, no imagino qué hubiera sido mi vida sin sus consejos en estos tiempos de aflicción, lo necesito hasta para respirar. Mi hermano amado, aférrate a sus consejos antes que a los vaticinios de los hombres, Dios es Fiel.
Ahora, su nombre es también Dios Fuerte. La palabra hebrea para este nombre es “El Gibbor” que significa Poderoso. Aquel niño pequeño indefenso en el regazo de María, creció y después dijo: "Todo poder me es dado en el cielo y en la tierra". Cristo es el Dios Todopoderoso que nos ha ayudado y lo sigue haciendo peleando nuestras batallas espirituales, levantando cabezas contra la adversidad y ganando siempre con su inmenso poder.
También es el Padre Eterno, cuando murió mi papá, necesité con todos mis fuerzas aferrarme al Padre Perfecto y Amoroso, fui una hija muy apegada a su papá, cuando él partió a la presencia de su Señor, pude entender por fin, por qué tenía que ocupar Dios el primer lugar en mi vida, Dios es mi Padre y nunca me abandona.
Y finalmente el Señor fue llamado Príncipe de Paz, no hay tormenta que él no pueda calmar, no hay miedo que él no pueda disipar, no hay angustia que te ahogue, porque Cristo es tu Príncipe de Paz.
Les cuento hermanos amados que estos adjetivos me han acompañado por más de cincuenta años como cristiana, y por eso los comparto hoy para que al festejar esta Navidad, antes de cenar o entregar regalos, adores al Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno y Príncipe de Paz.
Con amor:
Martha Vílchez de Bardales