“Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Mateo 27:46
En esta semana santa nos unimos a los millones de cristianos que durante estas fechas recuerdan, de forma especial, el sacrificio de Jesús en la cruz, con la intención de conocer, comprender y admirar un poco más a nuestro Señor.
Comencemos considerando que la crucifixión ocurrió entre las 9 de la mañana y 3 de la tarde, después de una jornada que comenzó en el huerto de Getsemaní –donde fue capturado– y continuó entre la casa de Caifás y la residencia de Poncio Pilatos, quien lo presentó a la multitud para que eligieran entre Barrabás o él.
En ese momento, la multitud, azuzada por los sacerdotes, gritó ¡crucifícale! y Poncio Pilatos se lavó las manos, tratando de evadir su responsabilidad. Acto seguido, los soldados romanos torturaron, vejaron y humillaron al Señor Jesús, convirtiendo su cuerpo en un amasijo de sudor y sangre. Entonces, le colocaron una corona de espinas, lo cubrieron con un manto escarlata y lo exhibieron públicamente durante todo el recorrido entre el Pretorio y el Gólgota.
Así llegó al Monte Calvario, humillado física y emocionalmente. Otra persona en su lugar, tal vez hubiera maldecido a todos los que hicieron escarnio, o tal vez se hubiera rendido resignadamente ante la victoria de sus enemigos; pero Jesús siguió siendo Jesús hasta el último momento de su vida, por eso lo primero que se le oyó decir fue:
“Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes” Lucas 23:34
Por favor, observemos este versículo, el uso de las palabras y la forma como se conjugan los verbos, ¿notan que eligió “Jesús decía” en lugar de “Jesús dijo”? La diferencia entre el pretérito simple y el pretérito imperfecto es importante, porque el primero muestra una acción puntual mientras el segundo señala una acción continua; es decir, Jesús no pronunció estas palabras una sola vez sino que las repitió hasta el final, casi podemos escucharlo: Perdónalos… perdónalos… perdónalos.
Es una pequeña oración dirigida al Padre, que cumple una antigua profecía sobre el Mesías: “… por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores” Isaías 53:12
Ahora, si suman el contenido de la profecía con la frase del Señor Jesús, se darán cuenta que el problema entre Dios y los seres humanos es el pecado, que se levanta como un muro y nos separa de Él, por eso Pablo no dudó al decir que “Por cuanto todos pecaron, están destituidos (separados) de Dios” Romanos 3:23.
Si ignoramos la universalidad del pecado, tal vez podríamos entender que el pedido de Jesús fue por los soldados que, al pie de la cruz, rifaron su túnica; o por los sacerdotes, escribas y fariseos que durante tanto tiempo trataron de hacerle daño; o por Poncio Pilatos que –al lavarse las manos– no tuvo el valor de ser justo; o por la multitud que gritó y exigió su muerte; o por los discípulos, que en vez de acompañarlo hasta el final, huyeron y lo dejaron solo. Pero, siendo el pecado un problema para todos, el pedido de Jesús no fue a favor de unos cuantos sino por toda la humanidad.
Es verdad que el profeta anticipó que Jesús iba a orar en la cruz, pero no predijo, ¿Qué iba a pedir?; ahora lo sabemos: ¡Jesús pidió que Dios nos perdone!, y ¿por qué tenía que perdonarnos el Padre? Jesús explicó: Porque no saben lo que hacen.
No saben lo que hacen:
No sé si lo han notado, pero los ofensores nunca saben lo que hacen: no saben el dolor que ocasionan, no saben los sentimientos que maltratan, no saben cuáles son las consecuencias de lo que hacen; en fin, no saben nada. Por eso, cuando la persona ofendida explica cómo se sintió o cuánto sufrió, el ofensor –a manera de excusa– dice: “Si yo hubiera sabido lo que sentiste, nunca lo habría hecho.”
¡Mentira!, los seres humanos no quieren saber las consecuencias de sus actos, porque solo quieren vivir el momento. Y como esta es una verdad que todos conocen, cuando el ofensor nos dice que no tenía idea del dolor y sufrimiento que estaba provocando, nosotros, los ofendidos, reaccionamos con indignación y decimos: ¡Cómo que no supiste, si lo hiciste a propósito!
A diferencia de nosotros, Jesús sí entendió que los soldados, políticos, sacerdotes, pueblo y discípulos no supieron lo que estaban haciendo en la cruz; como también entiende que nosotros, gente educada del siglo XXI, no tenga una idea clara de cuán importante y necesario es tener comunión con Dios, no conforme a nuestras ideas o criterios, sino de acuerdo a su voluntad.
Tomemos un momento para entender el significado de la expresión “no saben lo que hacen”, porque Jesús quiso señalarnos tres cosas:
La desconexión entre lo que sabes y lo que haces, por eso tenemos una serie de creencias correctas junto a una larga lista de actitudes erradas.
La despreocupación por las consecuencias de tus actos, por eso estamos tan apegados al presente como si fuera la única realidad; y por la misma razón, cuando el fin se acerca, sentimos tanta angustia y recurrimos a la religión para calmar nuestros miedos.
La falta de reflexión, porque no tomamos un tiempo para pensar seriamente en Dios, quién es, dónde está, qué desea, si es un viejito que complace el deseo de sus criaturas engreídas, o es un juez severo que disfruta con castigar a los malos.
Entonces, cuando Jesús dijo “no saben lo que hacen” estuvo refiriéndose a esa carencia de reflexión en la que muchos caemos, ya sea porque estamos en el extremo de la necedad al pensar que Dios no existe (“Dice el necio en su corazón: No hay Dios…” Salmo 14:1), o porque sabiendo que Dios existe, vivimos lejos de su voluntad, estableciendo nuestras propias reglas, sin pensar ni medir las consecuencias.
Y como no reflexionamos, inventamos justificaciones que no resisten el menor análisis: “Soy bueno”, “no le hago daño a nadie”, “me porto bien”, “estoy bien con Dios a mi manera” y otras ideas semejantes, que suponen que el pecado se resuelve con nuestra iniciativa, ignorando que no se trata de lo que tú puedas hacer sino de lo que Dios hizo para acabar con el pecado, restablecer su relación contigo, escribir tu nombre en el libro de la vida y salvarte por toda la eternidad.
¿Qué hizo Dios? La Biblia dice: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” Romanos 5:8, ¿lo entiendes?
Al principio los judíos no lo entendieron, pero cuando escucharon la explicación que ustedes han escuchado preguntaron: ¿qué haremos?
Lucas lo relata magistralmente: Pedro dijo: “Por tanto, sépalo bien todo Israel que a este Jesús, a quien ustedes crucificaron Dios lo ha hecho Señor y Mesías. Cuando oyeron esto, todos se sintieron profundamente conmovidos y les dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: ¡Hermanos, ¿Qué debemos hacer?!” Hechos 2:26-27
La respuesta implica dos acciones:
Recibir a Jesús como Señor y Salvador personal, a través de una oración de entrega.
Vivir perdonando a todos los que te ofenden, sin esperar que te pidan o reconozcan la ofensa, porque el perdón es el regalo que Dios le dio a todos los que reciben a Jesús.
Hoy puedes recibir perdón si entregas tu vida a Jesús, y comenzar a dar perdón si decides imitar al Señor Jesús. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” 1 Juan 1:9
Ps. Miguel Bardales I.
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