“Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo, a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, con los obispos y diáconos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros, siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros.” Filipenses 1:1-4
En el colegio aprendí a escribir cartas, todavía recuerdo algunos detalles importantes que debía tener este documento: fecha, cargo del destinatario, nombre del destinatario, saludo protocolar, cuerpo de la carta, conceptos fundamentales, despedida, antefirma y firma. En mis épocas colegiales era toda una ceremonia hacer una carta sobre todo si se trataba de alguien con un cargo profesional, sin embargo a mi me encantaba escribir cartas a mis amigos.
Con mis amigos se rompían todos esos esquemas protocolares, bastaba la fecha y de inmediato comenzaba el cuerpo de la carta diciendo: ¡Hola mi querida amiga, te extraño demasiado! Tiempos aquellos tan hermosos donde había una dicha de ambas partes por escribir y recibir respuestas.
La epístola a los Filipenses es una carta de un amigo a sus amigos. ¿Cómo noto la diferencia? Es que en casi todas las cartas del apóstol empieza de forma protocolar declarando su apostolado, por ejemplo la carta a los Romanos: "Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol". Al empezar de esta manera dejaba claro que más que una carta este documento era una especie de documento oficial que todos debían leer y obedecer.
Pero todo cambia en su manera de redactar cuando le escribe a los hermanos de Filipos. Ellos son sus amigos, ellos leerán su carta con amor, la atenderán como si Pablo estuviera al frente de ellos, es decir con atención y regocijo.
Cuando tus amigos te reconocen como autoridad espiritual no tienes necesidad que te llamen reverendo, pastor, diácono, maestro o ministro, creo que ese era el sentimiento de Pablo, él quería que sus amigos lo reconozcan como siervo, pero más que siervo, esclavo. Porque un sirviente es libre de ir y venir; pero el esclavo es posesión de su amo para siempre. Cuando Pablo se llama a sí mismo esclavo de Jesucristo, hace tres cosas.
Él establece que él es la posesión absoluta de Cristo. Cristo lo amó y lo compró por precio, y nunca puede pertenecer a nadie más.
Él establece que debe una obediencia absoluta a Cristo. El esclavo no tiene voluntad propia; la voluntad de su amo debe ser suya. Así que Pablo no tiene voluntad sino la de Cristo, y no tiene obediencia sino a su Salvador y Señor.
Él establece que es un siervo de Dios. En el Antiguo Testamento, el título habitual de los profetas es “siervos de Dios”. Ese es el título que se le da a Moisés, a Josué y a David. De hecho, el más alto de todos los títulos de honor es siervo de Dios; y cuando Pablo toma este título, se coloca humildemente en la sucesión de los profetas y de los grandes héroes de la fe. La esclavitud del cristiano a Jesucristo no es una sujeción humillante, es un privilegio de alto honor ser un siervo de Jesucristo.
Pablo escribió esta carta a sus amigos, se reconoció como siervo y les dijo que oraba por ellos con gozo. Ese es otro detalle que encuentro en el inicio de esta maravillosa carta, el regocijo que Pablo tenía. De eso escribiré mañana, si Dios quiere. Pero ahora me quedo con el detalle de lo bonito que es tener amigos y presentarme ante ellos como siervo de Dios.
Dios los bendiga queridos amigos, su amiga y sierva de Jesucristo.
Martha Vílchez de Bardales
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