“Cuando llegó la noche, se sentó a la mesa con los doce. Y mientras comían, dijo: De cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar. Y entristecidos en gran manera, comenzó cada uno de ellos a decirle: ¿Soy yo, Señor? Entonces él respondiendo, dijo: El que mete la mano conmigo en el plato, ése me va a entregar. A la verdad el Hijo del Hombre va, según está escrito de él, mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido. Entonces respondiendo Judas, el que le entregaba, dijo: ¿Soy yo, Maestro? Le dijo: Tú lo has dicho.” Mateo 26:20-25
Como vimos antes María había ungido los pies de Jesús con su perfume, ella no sabía el significado completo de lo que hizo, su acto de amor fue algo que los discípulos no dijeron ni hicieron. Ella le dio a Jesús el amor y la atención que merecía antes de su gran sufrimiento. Como sabemos en el antiguo testamento, los reyes eran ungidos, los sacerdotes también para ejercer un servicio, Jesús fue ungido para su sepultura y resurrección.
Quien estuvo atento y molesto ante este cuadro de amor fue Judas. Mateo narra estos hechos como si el acto de María fuera la gota que rebalsó el vaso para Judas. Fue el insulto final para Judas, a pesar de que tal vez haya sucedido algunos días antes. Después de eso, estaba decidido entregar a Jesús a los líderes religiosos que querían matarlo.
"Entonces uno de los doce, que se llamaba Judas Iscariote, fue a los principales sacerdotes, y les dijo: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré? Y ellos le asignaron treinta piezas de plata. Y desde entonces buscaba oportunidad para entregarle."
¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré? A través de los siglos, se han ofrecido muchas sugerencias sobre el motivo de Judas para traicionar a Jesús. Algunos comentaristas dicen que como él era de Queirot, una ciudad en el sur de Judea, le resentía que todos los discípulos fueran galileos. También se comenta que Judas estaba desilusionado porque Jesús no era un político conquistador, quizá también vio a Jesús como un perdedor al lado de los líderes religiosos, y él quería ser un ganador. Todas son suposiciones, pero los evangelios sólo presentan este dato: su codicia: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré? Que tristeza que uno de los doce discípulos de Jesús haya sido el traidor, quien lo entregó por dinero.
Él quería ser parte de una revolución social, pero no buscando el bienestar de su pueblo, sino para ganar riquezas, fama y poder. Por eso cuando se dio cuenta que nada de sus fantasías se iban a cumplir, se llenó de amargura y la ira que acumuló en todos esos años reventó en su mente, ¡Tanto tiempo invertido y ahora quiere morir! Esta frustración dominó su corazón y decidió la traición.
En el Evangelio de Juan, podemos notar varias veces el carácter de Judas. Tenía una debilidad muy grande en cuanto a la codicia. Este pecado parece ser con el que más luchó y finalmente, no pudo vencer. Judas amaba el dinero. Después de que María ungió a Jesús con un perfume precioso y caro, Judas explotó y dijo: ¿Por qué no se vendió este ungüento por trescientos denarios y se lo dio a los pobres? Pero este argumento no era una sincera preocupación por los débiles. Judas quería tener dinero.
“De cierto os digo que uno de vosotros, que come conmigo, me va a entregar. Entonces ellos comenzaron a entristecerse, y a decirle uno por uno: ¿Seré yo? Y el otro: ¿Seré yo? El, respondiendo, les dijo: Es uno de los doce, el que moja conmigo en el plato.”
Judas fue un apóstol, admitido en el círculo más íntimo del Maestro, escuchó de cerca sus enseñanzas, vio directamente los milagros uno tras otro, estuvo tan cerca que recibió la confianza para ser el tesorero, debió ser un hombre con dotes de buen administrador. Pero él decidió por su propia cuenta meter la mano en el plato de Jesús para entregarlo.
“De cierto os digo que uno de vosotros, que come conmigo, me va a entregar”, cuando Jesús dijo estas palabras le dio la última oportunidad a Judas para arrepentirse, mientras los discípulos comenzaron a entristecerse y a preguntarse uno por uno, Judas tuvo tiempo para reflexionar. En cierto sentido, este fue un llamado misericordioso a Judas Iscariote para que recobrara el sentido y se arrepintiera de sus malvados planes.
¿Soy yo, Maestro? Fue muy noble que los otros once discípulos hicieran esta pregunta, pero por otro lado, Judas demostró que no sólo no quería arrepentirse, él ya estaba controlado por el enemigo porque demostró una hipocresía increíble cuando preguntó: ¿Soy yo Señor? sabiendo que ya había arreglado el arresto de Jesús. Sin embargo el Amor de Cristo siguió mostrándose compasivo con su discípulo.
“Tú lo has dicho” Jesús no dijo esto para condenar a Judas, sino para llamarlo al arrepentimiento. Jesús no le dijo que él sería quien traicionaría para condenarlo. Podemos suponer que lo dijo con amor en sus ojos, y que le mostró a Judas que lo amaba, aún sabiendo de su traición.
Todos miramos a Judas con indignación, pero a veces olvidamos que al día siguiente de estos hechos, muy temprano en la mañana todos los discípulos también le fallaron al Señor. No fueron fieles con su Maestro.
Judas lo traicionó por codicia, pero el resto de los suyos lo traicionaría por debilidad, miedo, duda, y cobardía. Aunque quizá parezca una ofensa lo que voy a escribir, no deja de ser verdad. Nosotros también lo traicionamos cuando pecamos. Cuando debiendo ser discípulos evangelistas, cristianos activos, creyentes que dan testimonio de servicio y amor, negamos nuestro llamado y nos hacemos parte de este mundo que vive con afán.
Que esta historia tan humana y real nos obligue a examinarnos con sinceridad para volver a ponernos a cuentas con nuestro amado Señor y Salvador. Recuerda la Palabra de Dios que dice: “Si fuéremos infieles, él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo.”
Con amor
Martha Vílchez de Bardales
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