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Foto del escritorIB La Molina

¡Ayúdame en mi incredulidad!

“Y cuando el espíritu vio a Jesús, sacudió con violencia al muchacho, quien cayendo en tierra se revolcaba, echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Y él dijo: Desde niño. Y muchas veces le echa en el fuego y en el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos. Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad.” Marcos 9:20-24



Todos los padres se preocupan por sus hijos. Cada día hay varias consultas que brotan del corazón de quienes tienen hijos: ¿Están sanos? ¿Se sentirán felices? ¿Podrán triunfar en la vida? ¿Me estará ocultando algo? Pero estos pensamientos de preocupación llegan a grados de terror cuando el hijo aprende a pensar de manera completamente diferente a su progenitor. Los padres con hijos que quieren hacer su voluntad y no obedecer, se sienten derrotados.

Comienzo con esta introducción porque en este pasaje el personaje principal es un padre atormentado. Jesús acaba de regresar del Monte de la Transfiguración y encontró una multitud reunida con los discípulos. También estaban los escribas cuestionando a los discípulos sobre su incapacidad para curar a un joven que estaba poseído.

Recuerden que Jesús subió a la montaña sólo con tres discípulos, a los otros los dejó al pie de esta. ¿Y qué vio cuando bajó? Pues a los religiosos discutiendo y hasta regañando a los discípulos por no haber podido ayudar al joven. Esta situación era propia del ministerio de Jesús, siempre los legalistas cuestionando todo lo que hacía, pero ahora, sus alumnos, estaban experimentando la misma situación, sólo que no estaban saliendo bien parados de esta prueba.

Cuando la multitud vio a Jesús corrieron donde él estaba, y se asombraron, quizá todavía el rostro del Señor brillaba reflejando la gloria de Dios. ¿Qué pasó? preguntó el Señor, y uno de la multitud le trajo su problema. Era un padre desesperado porque su hijo estaba endemoniado.

Los Evangelios distinguen tajantemente la posesión demoníaca de la enfermedad física. Pero en este caso particular la diferencia no es tan evidente. Los síntomas descritos por el padre y el uso de varios términos griegos en el texto evidencian la epilepsia, particularmente por las convulsiones. Por lo tanto se entiende que esta enfermedad física del muchacho, se vio agravada o provocada por la posesión demoníaca.

Los religiosos que increparon a los discípulos por su incapacidad de no sanar al muchacho, no era porque estuvieran preocupados por el joven endemoniado, sino por el simple gusto de molestar a los siervos de Cristo, todo era motivo para despreciar el ministerio del Salvador.

El padre desesperado dijo: “Les pedí a tus discípulos que expulsaran al espíritu, pero no lo lograron” Jesús les había dado poder sobre los endemoniados; pero en este caso sus esfuerzos habían sido en vano. Pienso mis queridos hermanos, en las veces que he visto a padres al borde de un colapso nervioso por no poder ayudar a sus hijos. Ellos buscan la solución en todo lo que encuentran, con tal de verlos felices y en paz, pero las ayudas son vanas y temporales cuando no están cimentadas en el Salvador y su Palabra.

En el versículo diecinueve Jesús utilizó dos preguntas retóricas para expresar su decepción por la falta de fe de los discípulos: Él le respondió y dijo: ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Jesús estaba molesto por su falta de fe.

Tanta gente rodeando a ese joven atormentado y tanta gente incapaz de ayudar, ni los religiosos, ni la multitud que había visto tantos milagros, ni los propios discípulos, pudieron hacer nada, parecía que ninguno tenía fe. Como sabemos estos eventos tuvieron lugar en el tercer año del ministerio de Jesús. A estas alturas, era bien conocido por los milagros que había realizado y el poder que poseía. Pero aunque predicó sobre tener fe, esta no estaba presente, al parecer, en nadie. No pudieron expulsar al demonio debido a su falta de fe.

Jesús dijo: ¡Traedmelo!

Apenas el espíritu inmundo vio a Jesús, sacudió con violencia al muchacho, quien cayendo en tierra se revolcaba. Ese demonio dentro del niño, sabía que su tiempo iba a llegar a su fin, así que trató de hacerle el mayor daño posible antes de ser expulsado.

¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Y él padre contestó: Desde niño. Y muchas veces le echa en el fuego y en el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos. Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible.

El resultado de nuestra fe no depende de si Dios puede o no. Él es más que capaz de satisfacer nuestras necesidades. Efesios.3: 20 “Ahora bien, al que puede hacer todas las cosas más abundantemente pedimos o pensamos, de acuerdo con el poder que obra en nosotros.”

¿Sientes que te falta la fe? Yo también siento a veces ese desvarío, entonces cuando leo los temas que debo dar a los niños de la escuela dominical, recuerdo a Moisés siendo usado por Dios, abriendo el Mar Rojo, derrotando a los caballos del faraón, guiando a su pueblo con la nube y la columna de fuego, y pienso: estoy sirviendo al mismo Dios que hizo todas estas cosas ¿Qué podríamos necesitar que Él no pudiera suplir? Malaquías 3: 6 dice: “ Porque yo soy el Señor, no cambio.” Dios tiene el poder de proveernos; la pregunta es: ¿tenemos la fe para creer? La clave para la fe que cambia la vida es una fe inamovible en el poder de Dios.

Me identifico con el padre de aquel muchacho cuando clamó con lágrimas: “Señor, creo; ayuda a mi incredulidad.”

El padre vino llorando, deseando la ayuda de Jesús. Reconoció que tenía fe y confianza en Jesús. Sabía que si alguien podía satisfacer su necesidad, sería el mismo Señor, pero al mismo tiempo reconoció que le faltaba fe. Buscó a Jesús para completar su fe, para aumentarla a lo que debía ser. La fe es del Señor. La fe que tenemos nos fue dada por él. Si nuestra fe falta, debemos alimentarla con su Palabra. Necesitamos fe para recibir la abundancia que Dios da. Él provee la fe para recibir Su bondad. Todas las cosas que necesitamos y poseemos proviene de la buena mano de Dios.

En este tiempo de pandemia muchos nos hemos sentidos agobiados y suplicando a Dios ayuda. Tu fe debe haber crecido poco a poco cuando has visto la provisión, el cuidado y el amor de Dios cuidándote. Sin embargo, si has sentidos que tu fe no ha crecido, Dios quiere ayudarte en tu debilidad. Aunque el adversario te diga que tu vida es un desastre y toda esperanza está perdida, el Señor dice: Confía en mí y Yo lo haré realidad.

Con amor

Martha Vílchez de Bardales

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Muchas gracias por ayudarme a mantener estos devocionales diarios.


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